martes, 30 de noviembre de 2021

Jet Lagh (Matías Demonari)

La propaganda anunciaba la ÚLTIMA NOCHE DE JET LAGH. Cerraríamos dos meses por remodelación, y se decidió que era necesario, por el bien del personal y de los clientes, liquidar todo el material: whisky, gin, ron, vodka, cervezas, vinos, esa noche todo iba de parte de la casa.
V. Palacios, el dueño de la casa-bar, tenía la particularidad de hablar muy rápido y ser repetitivo, a pesar de eso, nos caía muy bien a todos, excepto cuando manejaba la caja registradora y tomaba los pedidos, entonces podía llegar a volverte loco. Pedía una caipiriña, al momento pedía otra y luego una más, después preguntaba ¿Salió la caipi? -Sí acá están las tres, respondía yo, para enterarme que solo debía preparar una. Entonces nunca sabías cuántos tragos tenías que preparar realmente. La tarde previa a la última noche entró sonriendo desde la puerta principal, fue hasta donde Marcos y yo terminábamos con la producción de jugos. Lo primero que dijo cuando llegó fue: -Miren... Le están grabando a una pareja cogiendo en la terraza de un edificio. No miento, tenías que ser muy rápido para leer todos los comentarios. “Tengo el video original. Háblenme al 3764 234758” escribió mientras reía desalmado. Dejé de ver y fui hasta la barra, destapé una cerveza y miré la ciudad a través de la puerta de vidrio. Después de no más de 30 minutos vi a un hombre cruzar la calle en dirección al bar, entró y se acercó hasta donde estaba tomando mi segunda cerveza -Y Palacios. Interrogó seriamente. -Está atrás. - ¡Hijo de puta! Exclamó al verlo, ¡Ya borrá mi número! Me están llenando de mensajes pidiéndome el video.
Por estas cosas Palacios nos caía tan bien.
Más tarde Marcos llegó a la barra y se sirvió un poco de jugo de naranja. Él bebía poco alcohol para ser bartender y yo demasiado. Y, sin embargo, muy pronto estaríamos a cargo de toda la casa-bar. Dejaríamos de estar cobrando en negro y contrataríamos a personas que hagan nuestro trabajo y cobren en negro. Hablábamos sobre esto, cuando el sueño comenzó a caer lentamente y sin que nos diéramos cuenta. Palacios que había salido hasta la vereda pasó por el bar como una flecha y se perdió de vista. Fuimos a buscarlo y lo encontramos en el depósito. -Ya se fue el Mercedes, preguntó. No teníamos idea de lo que estaba hablando, pero parecía que había visto al demonio -Miren si un Mercedes negro está estacionado. Marcos fue hasta la salida y cuando volvió dijo que no había más que una bicicleta. Entonces le pregunté qué estaba pasando, y se excusó con la verdad, pero una verdad a medias, casi como una buena mentira. Era una cuestión de plata que según él se resolvería con algunos movimientos que haría esa misma tarde. Palacios se fue y la tarde se hizo noche, llegaron las camareras, el DJ, y todo siguió deliberadamente su curso. No era un bar, ni un restaurant, ni un boliche, tampoco un pub, era una casa que reunía todas las características de estos lugares.
La gente llegaba y buscaba un lugar de preferencia, algunos venían directamente hasta la barra, muchas de esas personas venían a conversar con Marcos, él era un gran hablador y adulador, siempre seguía el hilo de la idea, nunca iba en contra de un pensamiento ajeno, tenía una buena técnica, casi siempre escuchaba y luego hablaba, por eso encantaba sobre todo a las mujeres. Al final de la noche trataba de que vayan hasta su casa por un trago más, yo lo intentaba a mi modo y cuando no resultaba me conformaba con la bebida. Esa noche una preciosa mujer vino a pedirme un trago, una chica que no pasaba de los 19 años, seguí su vestido negro desde sus pechos hasta solo un poco más allá de las nalgas y pasé bruscamente de las piernas a la cara, sin disimular el atrevimiento. Sonrió ampliamente y entonces pude ver una linda, pura y zorra sonrisa.
-Hola. Quiero un trago. -Hola, qué trago querés. -Algo dulce. Dijo y sonrió otra vez -Te voy a preparar algo para que vuelvas. Pensando en lo dulce que resultaba todo el asunto, saqué la botella de ron, algo de naranja, puse todo eso con un poco de azúcar, hielo, suspendí la clara del huevo del trago original y agregué algún otro ingrediente menos campestre y más tropical…. -Espero que te guste. -Gracias.
Se fue. Vi el cabello negro y largo surcándole la espalda esbelta como un sauce y también noté que el lugar se estaba llenando. Del sueño a la realidad. Ella volvió a su lugar con sus amigos y amigas, y yo retomé mi tarea habitual, toda la noche con los dedos congelados dándole a la condenada coctelera.
La sangre oscura de la noche se vende de día y de noche.
Cerca de las 1 AM, tres hombres llegaron, y se sentaron en las banquetas que estaban al lado de la barra. Uno de ellos se inclinó para decir algo, Marcos hizo lo mismo, la música estaba al palo, no pude escuchar nada, pero inmediatamente después de hablar con ellos mi compañero se acercó y me dijo -Tenemos que llamar a Palacios. Les comentó que tendría que llegar en cualquier momento y se dispusieron a esperarlo. Para poner un poco de humor al asunto les dije que tenían cara de tomar Whisky y les ofrecí un Jonny Walker. Aquel tipo que había preguntado por Palacios lo aceptó de buena gana, pero lo mantuvo en la barra sin tomarlo. Los demás no aceptaron nada. El tiempo pasó y aquel que gustaba del whisky comenzó a impacientarse. Preguntó por Palacios una vez más y después quiso saber si alguien más además de él estaba a cargo del antro. Marcos no tuvo mejor idea que decirle que cuando Palacios no estaba, él y yo nos encargábamos de todo. El tipo entonces hizo fondo, pidió otro trago y habló al oído de Marcos un buen tiempo. Recuerdo muy bien la confundida y asustada cara de Marcos contándome que el tipo quería obligarlo a tomar hasta que vuelva Palacios y que, si no lo hacía, lo mataba, y a mí también.
Aquel hombre que no pasaba de 1,60 y seguramente no pesaba más de 70 kg, tenía en su mirada todo lo que le faltaba en el resto del cuerpo para imponer miedo. Sus ojos eran veneno y bajo las nuevas circunstancias sus acompañantes me parecieron matones con estómagos de cemento. Me hizo una seña y me acerqué un poco hacia él -Va a venir o no. Por tu bien, hablale a esa rata. No me contesta los mensajes, las llamadas, no está en la casa, pero al parecer sigue apareciendo, por acá. Quién se cree que es. Quién piensa que soy. Yo no sabía qué responder, realmente, y tampoco sabía qué hacer, así que me puse a tomar una birra e intentamos explicarle que nunca administramos la economía de la casa-bar, de hecho, nos encargábamos de casi todo, menos de las finanzas. Pero el tipo estaba enfermo y el remedio que le ofrecíamos no curaría a nadie más que a un tonto. Llamé a Palacios y no contestaba, como última opción le dejé un mensaje preguntándole si volvería.
Jamás nos enteramos de cuánta plata le debía, pero supongo que era la suficiente como para matar a un hombre.
Mientras seguíamos atendiendo a las personas que llegaban a la barra, manteníamos ligeras conversaciones con los usureros. Marcos había empezado a tomar para salvar su vida y la mía. Se habían dado cuenta que no era de buen tomar y eso parecía caerles mejor. A la media hora mi compañero había ganado color y coraje. Cuando el tipo del Whisky exclamó que le gustaba que sus empleados tomen, Marcos le respondió que no trabajaba para él. Tomar hasta morir, era un asesinato con estilo y una muerte en viaje de retorno al origen, mística y retrógrada, el alcohol te iba degradando los sentidos hasta llegar a un punto en el que no entendías nada, tal y como llegabas al mundo. Los otros reían, uno de ellos me dijo que pronto llegaría mi turno, y sonrieron malévolamente, casi sonreí también.
Los tres estaban armados. Ya nos habían presentado sus brillantes credenciales informándonos que no podíamos dejar la barra, ni mantener una conversación con los clientes, tampoco podíamos hablar con las camareras, solo podíamos usar el celular para llamar a Palacios si ellos marcaban su número, en un momento saqué mi celular diciendo que iba a llamar a Palacios, ellos marcaron, pero no me atendió. -Mierda, Mierda, Mierda- dijo Marcos e hizo fondo una vez más.
Si era otoño o no a quién le importaba, las hojas tenían que caer igual.
Eran las 3 A.M. Las camareras no entendían qué hacía Marcos atragantándose en whisky, Mariana, una de ellas, vino a pedirme una ronda de tragos para la mesa 5 y de paso me preguntó qué pasaba con Marcos. Le respondí que estaba en algo parecido a una competencia que ponía en juego su vida, ella sonrió y se fue. Hacíamos bromas absurdas todo el tiempo.
Pensé que quizás era su modo cruel de reír en la vida, que tal vez no pretendían hacernos daño. Ya habían pasado casi dos horas cuando Marcos vomitó detrás de la barra y se quedó sentado en el piso con una pierna sobre lo acuoso. -No puedo más- dijo entre arcadas y lo volvió a hacer. -Casi una botella. No está mal. Pero Palacios no llegó y quiero mi plata. -Mirá Palacios es el culpable de todo, nosotros quedamos como encargados hace unas semanas, no tenemos nada que ver con la plata que te debe. -Sabés lo que pasa. -Qué -Que si yo confío en tu palabra vuelvo a cometer el mismo error. -… -A dónde vas. Fui a la cocina, busqué un cuchillo, lo escondí en la cintura debajo de la remera y volví rápido a la barra. Marcos estaba liquidado, durmiendo arriba de su propia porquería. Mariana trataba de levantarlo. Era inútil. Cuando miré hacia donde estaban sentados vi una esperanza, nuestra redención estaba en manos de la preciosa muchacha que sonreía y hablaba con el tipo del Whisky. Después de unos momentos me hizo una seña, me acerqué y me dijo Voy a volver. Y quiero mi plata. Avisale a ese hijo de puta. Salieron y subieron al Mercedes y se fueron. Le conté rápidamente a Mariana lo que había pasado para que tome sus precauciones. Que la gente se fuera o se quedara me daba igual, yo no iba a estar más. Marqué al servicio de taxi e intenté despertar a Marcos. No reaccionaba. Entonces abrí mi mochila y empecé a cargar las botellas de whisky, vodka y ron. También guardé toda la plata de la caja registradora. Levanté a mi amigo y lo saqué por la puerta principal. No era nada de otro mundo ver salir a alguien de ese modo, pero sí al bartender del lugar. Subí al taxi y nos perdimos. Dejé a Marcos en su casa, volví al taxi y fui hasta mi departamento. Llegué, cerré la puerta, giré dos vueltas a la llave, busqué las bebidas, abrí el Ron, encendí un cigarrillo y tomé un trago por mi redentora. Posadas no es una buena ciudad para eclipsarse, pero cada tanto, si no lo hacías, podías perder todo el brillo para siempre.
Al otro día me desperté como a las 11. Estaba en la cama mirando el teléfono, el video de la pareja teniendo sexo en la terraza del edificio terminaba cuando lo que parecía ser la madre de la chica, los encontraba. Había un nuevo comentario de Palacios. Lo último que me llegó de él fue a través de Noticias en línea, dos meses después de esa noche. La información decía que un vecino lo había encontrado muerto en un charco de su propio vómito y sangre. Se había suicidado de un tiro en la cien después de ingerir casi dos botellas de Jonny Walker. Cambié la página hasta la sección de empleos. Ya había vaciado todo mi material y gastado la plata de la caja. La mañana convaleciente se arrastraba por el alma de la ciudad y moría a la puerta de mi departamento, apestaba.



lunes, 22 de noviembre de 2021

(Pi Pi)

Prendo la bomba. Mamá está en el patio de atrás. La bomba es un dispositivo que recicló mi papá hace unos años cuando se dio cuenta de que al fondo del patio de adelante muy subterráneamente corría un agua, había un pozo de agua. El mecanismo para encauzarla y activar esa reserva se habilitó pronto y ahora para hacer algunas cosas de la casa se usa ese filtro de agua de lluvia. Acá llueve mucho, bastante seguido y entonces el pozo nunca está desprovisto de reserva. Cuando vuelvo me siento en el pasto a mirar a mamá. La veo levantando humo verde. Tiene una cortadora de pasto flaca, con una boca de dos alas de plástico bastante extrañas. Se la prestó un señor que no conozco y se la dejó por tiempo indeterminado. Mamá la usará tres, ¿cuatro veces al mes? No sé bien qué idea de mantenimiento tiene o cada cuánto siente que el pasto merece cortarse. Los dientes para morder están del lado de adentro: come pasto y tritura cualquier sólido alrededor, hojas secas, ramas finitas, cosas de composición diversa de la tierra. Toma la máquina con las dos manos, casi un animal salvaje que amansa. Cada tanto el cable tira, tira, tira, y ella lo acomoda, da un tirón en otro sentido y reinicia el movimiento. Los perros están alrededor. Viene P y me lame la cara tres veces seguidas, después se va. Está obsesionada con agarrar en el aire unos moscas ínfimas; tira unos mandibulazos al aire a una frecuencia que casi me molesta pero no le digo nada. Está obstinada y por alguna razón me parece bien. Al patio todavía llega luz y la luz levanta una pólvora dorada y verde que me ayuda a pensar más lento. Incluso a las moscas las percibo mejor cuando entran ahí, parecen unos puntos ocre orbitando sin base, cargados a batería. Uno de los perros está acostado contra una pared. Cada tanto se adormece. Parece cómodo. La otra no se da por vencida, sigue y sigue dándole zampazos al aire. Me quedo pensando si eso es amor. ¿Es amor eso? ¿Qué es el amor? Hace poco mi papá le escribió una carta a un perro. El perro vivía en un galpón casi abandonado que había sido del abuelo C. Lo cuidó los últimos años y hace unos días y como ya no había más remedio para curarlo de un bicho que le crecía adentro, papá decidió darle algo por sangre para que se durmiera. El perro murió ante sus ojos, recibiendo veneno por amor. Me quedo pensando si eso es amor.

Uno de los perros respira rápido. En un momento voy a apagar la bomba y veo a otro adentro, dormido o encandilado; la televisión ha estado prendida muchas horas. Cuando vuelvo mamá está envuelta en humo de pasto, la máquina escupe astillas de pasto casi como cuchillas de hielo. Pienso: algo muy manso puede ser muy letal, todo depende del elemento accionador. El pasto astilla se confunde en el aire con los puntitos color cobre, me parece que el día está a punto de llegar a su punto de gloria. Hay una pelea de pájaros en el cielo. A mamá se le enreda el cable y la máquina se frena.

Cada tanto tiempo sacarle la altura al pasto. Rasurarlo, bajarlo.
¿Qué les crece a las cosas cuando no las atiendo? ¿Depende de su naturaleza?
¿Y si las atiendo mucho?
¿Hay un mantenimiento para el amor?
Cuándo es regar cuándo aislar cuándo poner en sombra
Cuando digo amor
¿estoy pensando en qué?

En algún lado
Los pájaros
Cantan.


Sobre la autora:
Pi nació el 15 de octubre de 1990 en Posadas, Misiones. Era viernes y se había cortado la luz. El médico de turno tanteó con una mano el pozo ignoto del nacimiento y la vio luz del amanecer mediante. Su nombre de identificación cívica e institucional es María Antonella Giudice, pero casi que solamente de boca de sus padres sale el diminutivo Anto. El sobrenombre "Pi" le viene de Pippi, nombre con el que se autonombró hace muchos años al querer parecerse a un dibujito animado.
En la foto que se adjunta todavía tenía 30 años. A los 28 años, re-aprendió a leer y escribir en el taller ‘Aproximaciones al Texto’ que coordina su muy querida Carla Curti. Desde entonces, su escritura y su lectura son una hogaza de pan que crece o decrece según la temperatura de los días. ‘La casa en llamas’, ‘Las tías argentinas’ y ‘Jueves autobiográfico’, talleres coordinados por Malena Saito a los que asistió y asiste virtualmente son actualmente su conmoción y su fuego fundamental. De niña lectora de cuentos María Elena Walsh y cuentos de la colección Billiken, de adolescente lectora de poesía de Neruda, poesía de Bécquer y poesía de fotolog; de trasadolescente lectora de bibliografía diversa (ensayos académicos y narrativas varias). El cambio de ritmo en su corazón fue a los 26 años cuando vio ‘Todo piola’, una obra de teatro basada en textos de Mariano Blatt; desde entonces la poesía y la narrativa argentina del pasado y el presente siglo son un campo del que no puede salir.




lunes, 15 de noviembre de 2021

La ilusoria muerte de todo lo estable en tiempos de paz (Matías Olmedo)

Puede uno proponerse detener la caída de todas las hojas de las ramas pertenecientes al inmensamente ramificado árbol de los tiempos. Con toda la sangre y esmero que cabe en un mortal corazón, podemos aspirar a apaciguar todos los vientos que azotan letalmente nuestro ser en el efímero momento que ocupamos en el conjunto de todos los seres existentes. Reconocidos por su debilidad ante la eternidad y firmeza frente a la preservación de sus no físicas ruinas, nos deleitamos de forma muy humana ante ideas que evocan sentimientos soportablemente sufribles. Es por excelencia el amor, un sentimiento contundentemente inmenso para cada uno de nosotros. Ya no buscaba impedir la caída de las hojas, ya no me interesaba lidiar con ningún tifón hiriente dentro de mi corazón. Había asumido un papel meramente experimental y crítico ante la idea misma de lo romántico como conducta, y, de igual manera, ante el hecho del amor como un salto superior de nuestra existencia por medio de emociones y conexiones espirituales con nuestros pares. Sin buscarlo, sin sentir un dolor o inquietud angustiante, sin extrañar lo que una vez supo ser, de esa forma había repercutido en mí la experiencia del amor que había vivido con Beatriz.
En cada momento que mi antigua pareja realizaba acusaciones que exponían mi tendencia promiscua a relacionarme con las demás mujeres. Ella relataba sin conocer detalles, y sin ninguna certeza absoluta, lo que en esencia me entrecruzaba como individuo. Solía esmerarme en disponer de un número considerable de amantes. Jamás sentí que los vínculos eróticos que mantenía con otras mujeres debilitasen el sentimiento que albergaba por Beatriz. Pero, sin embargo, al haber concluido mi historia de amor, caí en cuenta de que era ese egoísta sentimiento de amor el que en verdad restaba profundidad a las demás experiencias que podía yo afrontar con alguna persona de mi agrado. El amor, como una primera exigencia implícita al notar la existencia del mismo entre dos personas, impone un orden jerárquico de nuestras emociones. Posicionándose como el epicentro regente del cual devienen un sinfín de emociones joviales y entristecedoras, se encuentra esta estructura emocional disfrazada bajo la imagen de esa persona amada. Un rostro que gobierna en silencio hasta las caricias que se propician en la lejanía sobre una piel ajena a nuestros cotidianos contactos.
Verdaderamente me encontraba yo enamorado de aquella chica que había decidido amarme sin temor a la demoniaca figura que albergaba en el fondo de mi alma. Sentía la infinitud de todo su ser ante el más mínimo contacto que tuviésemos. Es indescriptible la sensación de euforia que me invadía al sentir mis ojos desprovistos de su brillo natural por la imagen nítida que creía reflejaba la esencia misma de Beatriz. Y es este el punto crucial en el cual reside el espejismo del amor. Creer. La gran aventura de amar encuentra su materialización en el constante ejercicio de creer en la imagen que traducimos de la persona que hospeda en su ser una creencia fija de la propia imagen que traduce de uno mismo. Un juego recíproco de suposiciones que se encuentran bendecidas por un halo de seguridad plena.
No pienso detenerme a narrar sobre diversos nombres de amantes, ya que en verdad lo importante es entender cómo el amor genera un amplio sistema de imágenes que se encuentran ya albergadas en nuestra subjetividad. Es esta la explicación que encuentro hoy para reflejar la conquista innata que emprende el amor al estar verdaderamente presente. Existe una amplia cantidad de momentos o situaciones que las percibimos como únicamente posibles dentro de un ámbito imbuido por la idea de este sentimiento. Eran asombrosamente fascinantes para mí los diversos encuentros que podía mantener uno con una relación clandestina junto a una amante, y que, estos encuentros, encuentren en la forma de imágenes puntuales una rápida asociación con lo que ordinariamente se encontraba bajo el registro de lo cotidiano de mi vida. No eran las horas destinadas a las demás mujeres las que corrían a vestirse de situaciones superficialmente iguales a las que vivía con Beatriz. Eran sino las imágenes crudas de los actos vividos dentro de la esfera amorosa que invadían los momentos en los cuales las pasiones me encontraban aferrado a los muslos de otra persona. Revivía lo que vivía con mi amada en otras personas, a causa del celoso mecanismo que encuentra siempre el amor para hacerse notar como el punto nodal de nuestra vida. El amor es una placida condena que asumimos con alegría al momento de sentirnos reflejados dentro de los sentimientos del otro. Aceptando que ese sentimiento inundará cada rincón de nuestras vidas sin pedir permiso, abalanzándose sobre cada experiencia para arrebatar un trozo de espontaneidad y reduciéndolo al mero reconocimiento de lo ya vivido dentro de la autócrata línea trazada por este hermoso, solemne y egoísta sentimiento humano.

Sobre el autor:
Matías Ezequiel Olmedo Morales nació un 6 de junio de 1997 en la ciudad de Oberá. Ha concursado en diferentes certámenes literarios, obteniendo una mención especial y una publicación dentro de la antología internacional “Relatos de una pandemia inesperada II”, de la editorial Caza de Versos (México). Como autores preferidos tiene a Hesse, Kundera y Poe.





lunes, 8 de noviembre de 2021

iii (Alejandra Alejandra)

desarmar cuerpos enteros
buscando una parte que me identifique
o que se me asemeje

rearmar maniquíes
con pedazos de palabras plastificadas
y otros pedazos de plástico
a modo de borrador
de estatua rota

seguir contaminando a los que me rodean con palabras que no son
biodegradables

tatuarme noche de por medio
tu sonrisa vertical en mi boca

mojarlo todo
y ver cómo tarda en secarse


Sobre la autora:
Nacida en Rosario, pero residente en Posadas desde el 2009, tiene 19 años, 7 meses y 24 días. No tiene un recorrido literario importante salvo la biblioteca de su madre y las bocas de sus amigos. sus autorxs preferidos son los hacedores de títulos de Crónica TV, algunos carteles de la calle y eso. Esta es su primera publicación oficial aparte de los poemas publicados en Poetizer, una red social para “poetas”.
no usa redes sociales y no cree en las mayúsculas le pican los signos de puntuación a veces




lunes, 1 de noviembre de 2021

Facto (Birome Verde)

Sucede un tiempo infinito plegado hábilmente entre cuatro o cinco paredes, le descubro los dobleces y los reversos. Intento desplegarlo, sacudirlo en la ventana, quitarle el vaho amargo que dejan las noches largas y los rancios devaneos que dilean las almas.

Adentro aún llueve copiosamente, como agua de los fideos escurriéndose por un colador viejo. La gata vacila a loro, y el insignificante pulso de un segundo sortea una arruga del reloj que desde uno de los pliegues se descuida para liberar un latido. Un latido. Un solo latido que rebota del techo al suelo y viceversa, lastimando los vidrios de la ventana y la córnea húmeda que libera un río. Un río que sucede.

¿Qué sucede?

...afortunadamente pude leer todo el guion, cada una de las indicaciones que el director anotó en los márgenes intentando convencernos de su versión de los acontecimientos que la obra propone. Aún no memoricé el libreto, pero los años de formación, la experiencia y el extenso currículum me han impregnado un habitus, el training permanente de sostener el registro en el cuerpo para que el personaje hable con palabra viva, aunque esté muerto o apenas identificado en una resma de papel que lo redime del blanco.

Apenas amaine la lluvia desataré la encomienda, le arrancaré el ridículo lazo rojo con que atan los volúmenes para luego comerme uno a uno a uno los renglones, desayunar párrafos, eructar epígrafes y empacharme de didascalias.

¿Qué sucede?

...para cuando la temporada de sequía aceche, ya en Otro, Otro desplegará el tiempo infinito para apropiarse del espacio donde ensayar el arte que el director pretende. Será momento entonces de pulirse en Otro para fingir ficción, en cada acto, en cada abrirse el telón, para sangrar dolorosamente, pudorosamente, perversa-mente y cosechar los aplausos que sólo las mentiras merecen.

¿Qué sucede?

La liturgia del drama relata bordes desde donde la razón es apenas un límite filoso entre Uno y Otro (que volverá a ser Uno cuando la sequía aceche).

Si dios quiere... mientras sucede.

Sobre el autor:
Juan Guillermo García o Jayme, o bien Birome Verde, nació en Corrientes hace 43 años. Es maestro mayor de obras (aunque no ejerce) y profesor de Música casi todo el día desde hace varios años. Vive en Posadas desde la segunda mitad de su vida. Escribe creando recintos íntimos de universos clandestinos para consumo personal y eventuales compatriotas de las palabras. Ha recorrido algunas rondas de escritura coordinadas por Carla Curti, y también ha compartido la palabra durante toda la vida con no pocos escribientes y oyentes ocasionales. No posee obras publicadas y sus escritos circulan apenas de ventana a ventana cuando surge la oportunidad (el clima propicio y/o la bebida apropiada). El texto compartido se llama "Facto". Fue escrito en período de aislamiento sanitario por pandemia en 2020 y permanece suelto entre archivos de texto caóticamente desordenados.