lunes, 29 de marzo de 2021

Eco (Mariano Errecar)

 

Eco que provienes seco

como rebelde rastrojo

desde aquel profundo rojo

fondo de mi cañón hueco.

 

Déjame decirte eco,

eco proscripto oprimido

que la soledad, sin ruido

me ha pedido ahuyentarte

de esta, y de toda parte.

 

¡Ah susurro del olvido!

Apenas, susurro muerto

de desencuentro y ventura

de desazón y ternura

apenas,  eco despierto.

 

No hallarás en mí concierto

de voz consciente que canta

y entre escombros levanta

para penar, dulce altar.

Tan solo podrás dejar

otro nudo en mi garganta.




Sobre el autor:
Mariano Errecar nació en Bahía Blanca, Buenos Aires, Argentina en 1978 pero se radicó en la provincia de Misiones, Argentina.
Autodidacta literario, de profesión agrimensor; integrante del Grupo Interdecimero Rioplatense; miembro corresponsal internacional Academia Internacional de Letras, Artes y Ciencias “A palabra do Século 21” ALPAS 21; miembro corresponsal del Instituto Histórico y Geográfico Oeste Catarinense; miembro corresponsal internacional Academia Amambaiense de Letras.
Además, ha sido premiado en distintos certámenes poéticos nacionales e internacionales, entre ellos:

- 1° premio, 13º Certamen Literario Internacional de Narrativa y Poesía: “Maestro: Ruiz De Souza” – Rocha - Uruguay (2020)

- 1° premio, 27º Concurso Internacional de Poesías, Contos e Crônicas Academia Internacional de Artes, Letras e Ciências “ALPAS 21” (2017)

- 1°premio certamen Literario Instituto de Formación Docente – Rocha - Uruguay (2016)

- 1° premio, Concurso internacional de cuento y poesía “Cataratas Maravilla Natural” – Iguazú – Argentina (2016)


También ha participado en las siguientes antologías y revistas literarias:

- Antología XIII Certamen Literario “Alejandro Vignati” – Municipalidad San Andrés de Giles – Bs As – Argentina (2020).

- Coletânea Internacional “Vozes do vento”, Editorial Gaya – Brasil (2020)

- Revista Nefelismos N°3 – Venezuela (2020)

- Coletânea Internacional “Malabarista do tempo” - Editora Gaya – Brasil (2019)

- Coletânea Internacional “Gaya” - Editora Gaya – Brasil (2019)

- Antología XI Certamen Literario “Alejandro Vignati” – Municipalidad San Andrés de Giles – Bs As – Argentina (2018).

- Coletanea Inernacional “Inspiração”, Editora Gaya – Brasil (2018)

- Antología Revista Criticartes “2017” - Biblio Editora – Brasil (2018)

- Coletanea Inernacional “Travessia”, Editora Gaya – Brasil (2017)

- N°5 y N° 6 revista literaria “Criticartes” – Brasil (2017)


Actualmente, se encuentra en proceso de edición de su primer libro, a titularse “Centésimas”.

Contacto:
Correo electrónico: marianokr@gmail.com
- Facebook: Mariano Errecar
- Instagram: mariano_errecar





lunes, 22 de marzo de 2021

En busca del poema perdido (Mario Fretes)

Se me perdió un poema
no sé dónde lo dejé
lo escribí en un papel y después lo pasé
a la compu y ahora no lo encuentro
¡y si ese era el mejor poema que escribí!
No sé dónde está
se me perdió
ya busqué entre los libros
la ropa
entre la yerba (la yerba)
¿y si me lo robaron?
¡dónde estará!
Me llevó mucho tiempo escribirlo
me había inspirado en varios autores
en Juan Gelman
en Juanele
en Szpunberg
en Mario Papasquiaro.
Lo escribí, lo corregí varias veces
¡es una lástima!
Ahora no lo encuentro.
¿Y si acaso era el mejor poema de mi vida?

Sobre el autor:
Desde 2015, Mario Fretes escribe poesías, aforismos y relatos breves, al mismo tiempo que se dedica a las Artes Plásticas y a la Economía Social.
Hace unos años, cursó la Licenciatura en Comunicación Social y trabajó en radios comunitarias, otra actividad de la que disfruta mucho.
Actualmente, publica sus libros en versión digital, ya que este formato le permite seguir produciendo poesía en contextos económicos no siempre favorables, además de que habilita también la circulación a un costo muy bajo.
En la página https://mariofretes.wordpress.com comparte su producción literaria en la que son recurrentes temáticas como la vida en los bordes, el desarraigo y el caos como estrategia creativa.






lunes, 15 de marzo de 2021

Confesión de verano (Angelina Cabrera)

No me siento especial ni orgullosa de ciertas debilidades que me causan una fascinación inexplicable, quizás porque son consideradas ordinarias. No sé. Como sea, no pensaba en eso la tarde de cielo lluvioso, cuando el sol indeciso de enero filtraba sus últimos rayos por entre las ramas de los árboles que custodiaban la calle silenciosa.

Fue entonces cuando lo vi. Enseguida sentí su aroma, percibí su forma. Era otro, pero a la vez el mismo, de esos que me enloquecen a primera vista y que ejercen sobre mí una especie de hipnosis. Me quedé anonadada y ya no pude pensar en nada más que en tenerlo solo para mí. Y a solas.

Suerte que no había nadie alrededor. Me acerqué al principio tímida, pero cuando ya estaba frente a mí, me abalancé sobre él, con la desesperación de quien fue privada de ciertos placeres por meses. Lo descubrí tan salvaje y al mismo tiempo vulnerable. Sentí su piel tan suave, tan lustrosa y dorada. Y supe que era exquisitamente mío.

No pude contenerme, sus jugos bajaron por mi cuello, deslizándose por mi pecho y manchando la blusa blanca que ya empezaba a incomodarme. Cuando terminé, como siempre quedé con ganas de más.

La tarde se moría en un festín de colores mágicos, cuando en el auto, estacionada bajo un árbol, lo saboreé en secreto, por última vez, lentamente, hasta la última gota.

Sus huellas quedaron en mí, como siempre. Lo seguí percibiendo en la boca mientras llegaba a casa, temerosa de cruzarme con alguien y que lo notara en mi cara.

Me miré en el espejo y vi sus huellas. Necesitaría hilo dental para quitarme las fibras de ese mango delicioso de entre los dientes.


Sobre la autora:
Angelina Cabrera nació el 29 de marzo de 1981, en Puerto Esperanza, una pequeña ciudad al norte de la provincia de Misiones.
Desde niña leía los pocos libros o revistas que caían en sus manos. Ya en su adolescencia comenzó a leer textos de poetas como Alfonsina Storni, Juana de Ibarbourou, Sor Juana Inés de la Cruz, Amado Nervo, entre otros escritores latinoamericanos. Siempre se sintió atraída por la literatura de denuncia en especial por los textos feministas, a fuerza de vivir en un país donde una constante es la violencia machista, o por descubrir la dignidad que resuena en las voces de mujeres que, calladas durante siglos, empiezan a hacerse escuchar. Participó en dos concursos de poesías en su pueblo natal ganando el primero y saliendo segundo lugar en otro.
Al finalizar sus estudios secundarios, Angelina estudió en la UNaM, en la ciudad de Posadas, obteniendo el título de profesora en Letras.
Siguió escribiendo textos aislados, algunos de los cuales fueron publicados en periódicos de tiradas internas de organizaciones sociales.
La ciudad la atrapó con sus encantos, su dinamismo y a pesar de sus contradicciones; ya no regresó a su otrora querida Puerto Esperanza sino solamente de visitas.




lunes, 8 de marzo de 2021

Si no olvido moriré (Carina Noemberg)


“Los viejos pecados tienen largas sombras”
(Agatha Christie, Los elefantes pueden recordar)


Qué embole escribir sobre la actualidad, ¿no? Pandemia por todos lados. A mí me fastidia enormemente porque no tengo palabras para escribir sobre eso. Walter Benjamin teorizó sobre ese problema cuando los soldados volvían de las trincheras de la Primera Guerra Mundial enmudecidos. Tan traumáticas fueron las experiencias que vivieron que no le podían poner voz a los relatos. A otra escala, claro, pero eso me pasa a veces. Cuando escribo las experiencias de las personas que observo tengo que tener cierta perspectiva histórica, porque si no el relato no me sale, enmudezco. Y hay que “enmudecerme” a mí, eh.

Bueno, hoy quisiera hablarles de una mujer enigmática. Sandra Herrera. Una detective nata. En algunas cositas era parecida a “Miss Marple” (ver Agatha Christie) en lo detallista de las observaciones de la vida cotidiana, y en su frase célebre: “La gente es igual en todas partes”, y que colaboraba con la policía para casos trascendentes. En realidad, gente de todo el mundo quería consultar con ella, pero siempre era el comisario Fernández el mediador, ya que Sandra era tremendamente huraña y temida por las “verdades” que develaba con tan solo mirarte.

Yo la conocí cuando estaba enamorada de un paraguayo, mi marido paraguayo, un encanto. Pero un encanto con todas las mujeres. Pedí turno con Sandra y ella por esas cosas raras de la vida accedió a verme. Por supuesto, que al mirarme nomás, ya sabía a qué iba, y citó nombres y apellidos de mujeres con quienes me engañaba el fulano. A una se le comprimía la cabeza de rabia porque esa lista era extensa y de gente tan cercanamente conocida. Pero mi “ser” chusma pudo más que la ira, en ese tiempo la fidelidad a rajatabla era un “valor” para mí, así que imaginaos lo chusm… digo, lo investigadora que soy que sobrepasando toda cuestión individual me fui haciendo amiga de Sandra.

Sandra no solía cobrar por sus servicios detectivescos, así que para sobrevivir se dedicaba a coser ropas. Era modista. Pero no quería ver a la gente, no por mala onda, sino que inevitablemente le decía sus cositas, y todos tenemos muertos en los armarios, más en los pueblos pequeños. Y una tiende a enojarse con el mensajero. Por eso, ella tenía una secretaria, Delfina, que era la tipa más amable del condado. Delfi tomaba los pedidos, y Sandra en los confines de su cuarto oscuro cosía, bordaba, tejía sin parar y resolvía acertijos.

Claramente, Sandra se quedó sorprendida de mi fortaleza ante la información que me proporcionó. Y yo ni lenta ni perezosa encargué un vestido naranja bien punchi, mi “vestido de la venganza” ante tanta infidelidad matrimonial. Así también tenía una excusa para seguir observando a esa mujer que observaba. Fue en ese entonces que ella tuvo una crisis muy grande. La menopausia le acentuó los monstruos de su vida.

La mamá de Sandra fue una actriz porno muy reconocida. Para hacer carrera abandonó a Sandra cuando tenía dos años frente a una ferretería. El padre al parecer se suicidó cuando se vio abandonado por la blonda esposa. La madre era una especie de Marilyn Monroe rubia y voluptuosa. El ferretero, viejo soltero y buenazo, asumió criarla. Cuando Sandra tenía 20 años, el padre adoptivo muere. Ella vende la ferretería y se queda con un cuartito, un monoambiente y comienza a coser sin parar y a tirar verdades.

Nunca se le conoció un amor. Algunos hombres se le acercaron, pero ella los rechazó con su fría indiferencia. Comía muy poco y tomaba mucho mate cocido con leche, siempre usaba guantes, y por las noches pasaba una hora debajo de la mesa chupándose el dedo gordo. Un día que iba a llevarle moras silvestres, su fruta favorita, la encontré mirando a través de la única ventanita a unos niños que jugaban. Me pareció raro, pero no hice preguntas.

Hasta que una noche, Delfina llegó llorando a mi casa, desesperada porque la había encontrado a Sandra inconsciente en su departamento. Yo llamé a una ambulancia, parecía que había tomado unas pastillas raras. La cuestión es que estuvo en estado vegetativo como un mes, y cuando volvió en sí, lo primero que hizo fue llorar amargamente. Un llanto desolador, con gritos y mocos. Por tres días nadie durmió en el pueblo del miedo y la desolación que producía ese sonido lastimero de las entrañas de nuestra detective.

Resulta que Sandra siempre había querido ser madre, pero sin pasar por el ejercicio de concebirlos, pues le tenía cierta aberración al contacto íntimo pero nunca había perdido las “esperanzas” de que ocurriera una especie de milagro. No sé, muy raro todo. Al llegar a la menopausia entró en crisis. Hay zonas oscuras y disruptivas en la línea de pensamientos de Sandra, que yo, como antropóloga y madre, puedo llegar a entender, de alguna manera. A Sandra el abandono de la madre la había marcado para siempre. Tantos años de encierro, de ver tan con detalles lo de los demás y tan poco lo de ella, la llevó a construir una especie de coraza, coraza gigante para no sentir, para que no la dañen. Entonces, tenía como delirios místicos, pensaba que podría ser una especie de María, concebir siendo virgen, ya sé que suena re loco. Miren, sé que no se compara, pero un día llegué media hora tarde a buscarle a uno de mis hijos a la escuela, y a él le agarró fiebre, y no me habló en un mes por la angustia, la angustia del “abandono” de media hora, imagínense lo que es un abandono de 48 años…

Luego de que saliera del coma, Delfina y yo la convencimos para que hiciera terapia, le presenté a mi amiga, Zulema y todo fue mejorando. Finalmente, Sandra se recuperó. Ahora nuestra detective ya no se mete debajo de la mesa por las noches y, por supuesto, sigue resolviendo acertijos tanto de la policía federal como los de la vecina de la esquina. Y ha resuelto el caso más enrevesado: el de su historia personal, ya que con la ayuda de Delfina decidió adoptar dos niños. Ambas ejercen la maternidad con mucho amor, responsabilidad y gratitud.

Soy Eleonora Godot, la antropóloga compartiendo historias para todo el mundo mundial.


Sobre el autor:
Carina Noemberg nació en Aristóbulo del Valle, Misiones, en 1987. Es actriz, profesora y licenciada en Letras. Ejerce la docencia en colegios secundarios y en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales (Posadas, Misiones).
Sus pasiones son: la literatura y el teatro. También le gusta cocinar para muchos comensales y escribir alguna que otra cosita. Según ella “coquetea muy amateurmente” con la escritura. Ha escrito una obra de teatro: “Orsai” en coautoría con Carolina Gularte, y dos monólogos “Auvidensen, quince” y “La canasta” –próximos a editarse– en el marco de la Colectiva de Autoras del Nea.
Ha sido premiada a nivel nacional por el ensayo:” Las configuraciones y singularidades del teatro en la escuela media: experiencias didácticas”, uno de los textos ganadores del Concurso '20 años de Teatro Social en Argentina' otorgado por el Instituto Nacional del Teatro en 2020.
Su autor de cabecera es Roberto Arlt, pero es una gran lectora de escritores contemporáneos.
Últimamente ha devorado los escritos de Selva Almada, Mariana Enríquez, Gabriela Cabezón Cámara, Claudia Piñeiro, Agustina Bazterrica, Guadalupe Nettel, Pedro Mairal, entre otros.


Facebook: Carina Noemberg

Instagram: Carinanoemberg1924



lunes, 1 de marzo de 2021

La tregua (Eduardo Santa Clara)

Las gradas de piedra antigua que se conservaban desde la edad media producían un eco enorme en ese pequeño túnel por el que caminaban, así distanciados, como si se tratara de dos desconocidos. Las luces fosforescentes de los faros alumbraban levemente el camino y se producía una sombra enorme, más grande que ellos mientras su vida se hacía cada vez más pequeña. Un antagonismo de la vida, del curso del tiempo, cuando los puntos son suspensivos, pero se sabe que pronto terminarán, su historia tendría un punto final, del cual ambos escapaban.

Un beso más, un abrazo de esos fuertes que reparan el alma, pero los brazos del otro ya no eran el hogar que habían conocido. Todo había cambiado. La disonancia de sus pasos simulaba el sonido que producen las manecillas del reloj, era el destino que anunciaba su llegada y ellos esquivaban.

Llegaron a la plaza pequeña al final del túnel y seguían sin tomarse las manos. Un silencio sepulcral yacía entre los diálogos que se avecinaban como avalancha. Unos llenos de amor, otros de odio.

Caminaron hacia el que fue su hogar, uno pequeño que presenció las mañanas y las noches, las puestas de sol y el brillo de las estrellas. Cuando se avecinaron a la puerta de entrada ambos prendieron un cigarrillo, ahogando las palabras que contenían con humo mientras se miraban fijamente, como si fuera la última vez y quizás lo era.

Ella sabía que al atravesar la puerta que la vio llegar a altas horas de las noches los fines de semana, se iba a enfrentar contra la persona que más amó, sin pedir nada a cambio, en una guerra civil que llevaban prolongando desde hace meses y que contaba con escasos días de tregua.

Los gritos se desataron cuando estaban en ese terreno neutral en donde tenían permitido expresar los sentimientos sin que el mundo los juzgara. Como balas saltaron las palabras que premeditadamente escogían para causar más daño al otro. Entre confesiones delirantes y verdades a medias salían las lágrimas de angustia, desesperación, amor, impotencia.

Al final terminaron abrazados, curándose mutuamente las heridas sangrantes post-guerra. Como en todo desastre natural, que el mundo vuelve a la normalidad, terminaban en la cama, proporcionándose ese amor del que se verían privados en un tiempo que ellos contemplaban lejano.

Ahora están ambos tranquilos, la guerra terminó, la paz por fin llegó. Pero el dolor prevalece, como fantasma se asoma a una pequeña rendija de esos nuevos hogares al cual ya no pertenecen. Se miran a través de estrellas fugaces, anhelan el reencuentro. Pero la vida les ha enseñado, que no se trata de hacer sólo lo que quieren, sino lo que necesitan.

En una citación a la corte del amor, se propuso la culminación de una vida que construyeron por casi diez años, ambos aceptaron. Pero en el veredicto se escondían unas letras pequeñas, como de las prescripciones, que advertía un dolor intenso, de esos que te dejan estancado en la mitad del living. Y se cumplió, el sufrimiento es el pan de cada día y el amor no se va.

Como si se tratara de una enfermedad sin cura, los dos intentan tratamientos alternos que les ayude a combatir el desamor. Sin éxito se ven tirados en las camas que ya no comparten, recordando con tristeza los tiempos tranquilos. En la cocina inventando nuevas recetas, o en la alcoba reescribiendo historias y relatos.

Una por una caen como copos de nieve, lentamente, las memorias que crearon. Lo que creían infinito caducó sin previo aviso. Entienden que las memorias que se ven contaminadas con el rencor que resguardaba el corazón, dentro de una coraza inquebrantable e inaccesible para el otro, no son verdaderas.

La vida les enseñó una lección, el amor no lo puede todo y ambos esperan que el tiempo sea su salvación.


Sobre el autor:
Eduardo Santa Clara de 27 años nació el 21 de julio de 1993 en la ciudad de Posadas, Misiones. Es estudiante del Profesorado de Lengua y Literatura en el Instituto Superior Ruiz de Montoya.

Sus autores favoritos son Julio Cortázar, Edgar Allan Poe, Horacio Quiroga y Gabriel García Márquez.


Contacto:
- Facebook: Eduardo Ariel Santa Clara
- Instagram: eduardosantaclara
- Twitter: eduarditosc