miércoles, 22 de julio de 2020

Hablame de discriminación

Siempre fui la Ngra de mier... esa que trabajaba de encargada en un shopping del centro donde todos éramos de barrio, pero la mayoría tenía complejo de Ricardo Fort. La risas al pasar, la vestimenta de pueblerina, nada cool para ellos; recién comenzaba a trabajar.
Seis meses después, pasé de vendedora a encargada. Mi responsabilidad y compromiso marcaron un antes y un después para los envidiosos de turno que laburaban conmigo. Difícilmente me iban a tratar bien cuando siempre esperaron que pagara el derecho de piso, que sorteé con actitud por mérito propio.
Por aquellos tiempos no me quedó otra que subsistir en aquel recinto materialista que vibraba consumismo y compulsión de un saque,
donde la droga se advierte consumo y difícilmente encuentren la cura comprando zapatos de la última colección.
A varios de mis clientes les pasaba el número de mi psico de turno. Con mi formación encontraba que ese lugar era caldo de cultivo para que cualquiera adquiriera tintes de Chernobyl.
Hasta la maceta de personas turbias y alienadas, me sentía en una matrix contemporánea y los vínculos eran tan líquidos, la depresión era moneda corriente. Pero existían unos pocos que no olvidaban de donde venían, traían puestas sus raíces, se maquillaban de valores y hacían que cada día fuera una broma a la cual se intentaba sortear.
Cuando me echaron sin motivo aparente, inicié acciones legales cortando de forma simbólica la agresividad pasiva de mi ex jefe. ¿Sabías que hay ex para todo?
Entendí que debía hacer lo mismo con el mundo y con todo aquel que osara maltratarme. Por primera vez, me defendía legalmente y entendía que a mí nadie más me transforma en Pompeya.



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