martes, 30 de noviembre de 2021

Jet Lagh (Matías Demonari)

La propaganda anunciaba la ÚLTIMA NOCHE DE JET LAGH. Cerraríamos dos meses por remodelación, y se decidió que era necesario, por el bien del personal y de los clientes, liquidar todo el material: whisky, gin, ron, vodka, cervezas, vinos, esa noche todo iba de parte de la casa.
V. Palacios, el dueño de la casa-bar, tenía la particularidad de hablar muy rápido y ser repetitivo, a pesar de eso, nos caía muy bien a todos, excepto cuando manejaba la caja registradora y tomaba los pedidos, entonces podía llegar a volverte loco. Pedía una caipiriña, al momento pedía otra y luego una más, después preguntaba ¿Salió la caipi? -Sí acá están las tres, respondía yo, para enterarme que solo debía preparar una. Entonces nunca sabías cuántos tragos tenías que preparar realmente. La tarde previa a la última noche entró sonriendo desde la puerta principal, fue hasta donde Marcos y yo terminábamos con la producción de jugos. Lo primero que dijo cuando llegó fue: -Miren... Le están grabando a una pareja cogiendo en la terraza de un edificio. No miento, tenías que ser muy rápido para leer todos los comentarios. “Tengo el video original. Háblenme al 3764 234758” escribió mientras reía desalmado. Dejé de ver y fui hasta la barra, destapé una cerveza y miré la ciudad a través de la puerta de vidrio. Después de no más de 30 minutos vi a un hombre cruzar la calle en dirección al bar, entró y se acercó hasta donde estaba tomando mi segunda cerveza -Y Palacios. Interrogó seriamente. -Está atrás. - ¡Hijo de puta! Exclamó al verlo, ¡Ya borrá mi número! Me están llenando de mensajes pidiéndome el video.
Por estas cosas Palacios nos caía tan bien.
Más tarde Marcos llegó a la barra y se sirvió un poco de jugo de naranja. Él bebía poco alcohol para ser bartender y yo demasiado. Y, sin embargo, muy pronto estaríamos a cargo de toda la casa-bar. Dejaríamos de estar cobrando en negro y contrataríamos a personas que hagan nuestro trabajo y cobren en negro. Hablábamos sobre esto, cuando el sueño comenzó a caer lentamente y sin que nos diéramos cuenta. Palacios que había salido hasta la vereda pasó por el bar como una flecha y se perdió de vista. Fuimos a buscarlo y lo encontramos en el depósito. -Ya se fue el Mercedes, preguntó. No teníamos idea de lo que estaba hablando, pero parecía que había visto al demonio -Miren si un Mercedes negro está estacionado. Marcos fue hasta la salida y cuando volvió dijo que no había más que una bicicleta. Entonces le pregunté qué estaba pasando, y se excusó con la verdad, pero una verdad a medias, casi como una buena mentira. Era una cuestión de plata que según él se resolvería con algunos movimientos que haría esa misma tarde. Palacios se fue y la tarde se hizo noche, llegaron las camareras, el DJ, y todo siguió deliberadamente su curso. No era un bar, ni un restaurant, ni un boliche, tampoco un pub, era una casa que reunía todas las características de estos lugares.
La gente llegaba y buscaba un lugar de preferencia, algunos venían directamente hasta la barra, muchas de esas personas venían a conversar con Marcos, él era un gran hablador y adulador, siempre seguía el hilo de la idea, nunca iba en contra de un pensamiento ajeno, tenía una buena técnica, casi siempre escuchaba y luego hablaba, por eso encantaba sobre todo a las mujeres. Al final de la noche trataba de que vayan hasta su casa por un trago más, yo lo intentaba a mi modo y cuando no resultaba me conformaba con la bebida. Esa noche una preciosa mujer vino a pedirme un trago, una chica que no pasaba de los 19 años, seguí su vestido negro desde sus pechos hasta solo un poco más allá de las nalgas y pasé bruscamente de las piernas a la cara, sin disimular el atrevimiento. Sonrió ampliamente y entonces pude ver una linda, pura y zorra sonrisa.
-Hola. Quiero un trago. -Hola, qué trago querés. -Algo dulce. Dijo y sonrió otra vez -Te voy a preparar algo para que vuelvas. Pensando en lo dulce que resultaba todo el asunto, saqué la botella de ron, algo de naranja, puse todo eso con un poco de azúcar, hielo, suspendí la clara del huevo del trago original y agregué algún otro ingrediente menos campestre y más tropical…. -Espero que te guste. -Gracias.
Se fue. Vi el cabello negro y largo surcándole la espalda esbelta como un sauce y también noté que el lugar se estaba llenando. Del sueño a la realidad. Ella volvió a su lugar con sus amigos y amigas, y yo retomé mi tarea habitual, toda la noche con los dedos congelados dándole a la condenada coctelera.
La sangre oscura de la noche se vende de día y de noche.
Cerca de las 1 AM, tres hombres llegaron, y se sentaron en las banquetas que estaban al lado de la barra. Uno de ellos se inclinó para decir algo, Marcos hizo lo mismo, la música estaba al palo, no pude escuchar nada, pero inmediatamente después de hablar con ellos mi compañero se acercó y me dijo -Tenemos que llamar a Palacios. Les comentó que tendría que llegar en cualquier momento y se dispusieron a esperarlo. Para poner un poco de humor al asunto les dije que tenían cara de tomar Whisky y les ofrecí un Jonny Walker. Aquel tipo que había preguntado por Palacios lo aceptó de buena gana, pero lo mantuvo en la barra sin tomarlo. Los demás no aceptaron nada. El tiempo pasó y aquel que gustaba del whisky comenzó a impacientarse. Preguntó por Palacios una vez más y después quiso saber si alguien más además de él estaba a cargo del antro. Marcos no tuvo mejor idea que decirle que cuando Palacios no estaba, él y yo nos encargábamos de todo. El tipo entonces hizo fondo, pidió otro trago y habló al oído de Marcos un buen tiempo. Recuerdo muy bien la confundida y asustada cara de Marcos contándome que el tipo quería obligarlo a tomar hasta que vuelva Palacios y que, si no lo hacía, lo mataba, y a mí también.
Aquel hombre que no pasaba de 1,60 y seguramente no pesaba más de 70 kg, tenía en su mirada todo lo que le faltaba en el resto del cuerpo para imponer miedo. Sus ojos eran veneno y bajo las nuevas circunstancias sus acompañantes me parecieron matones con estómagos de cemento. Me hizo una seña y me acerqué un poco hacia él -Va a venir o no. Por tu bien, hablale a esa rata. No me contesta los mensajes, las llamadas, no está en la casa, pero al parecer sigue apareciendo, por acá. Quién se cree que es. Quién piensa que soy. Yo no sabía qué responder, realmente, y tampoco sabía qué hacer, así que me puse a tomar una birra e intentamos explicarle que nunca administramos la economía de la casa-bar, de hecho, nos encargábamos de casi todo, menos de las finanzas. Pero el tipo estaba enfermo y el remedio que le ofrecíamos no curaría a nadie más que a un tonto. Llamé a Palacios y no contestaba, como última opción le dejé un mensaje preguntándole si volvería.
Jamás nos enteramos de cuánta plata le debía, pero supongo que era la suficiente como para matar a un hombre.
Mientras seguíamos atendiendo a las personas que llegaban a la barra, manteníamos ligeras conversaciones con los usureros. Marcos había empezado a tomar para salvar su vida y la mía. Se habían dado cuenta que no era de buen tomar y eso parecía caerles mejor. A la media hora mi compañero había ganado color y coraje. Cuando el tipo del Whisky exclamó que le gustaba que sus empleados tomen, Marcos le respondió que no trabajaba para él. Tomar hasta morir, era un asesinato con estilo y una muerte en viaje de retorno al origen, mística y retrógrada, el alcohol te iba degradando los sentidos hasta llegar a un punto en el que no entendías nada, tal y como llegabas al mundo. Los otros reían, uno de ellos me dijo que pronto llegaría mi turno, y sonrieron malévolamente, casi sonreí también.
Los tres estaban armados. Ya nos habían presentado sus brillantes credenciales informándonos que no podíamos dejar la barra, ni mantener una conversación con los clientes, tampoco podíamos hablar con las camareras, solo podíamos usar el celular para llamar a Palacios si ellos marcaban su número, en un momento saqué mi celular diciendo que iba a llamar a Palacios, ellos marcaron, pero no me atendió. -Mierda, Mierda, Mierda- dijo Marcos e hizo fondo una vez más.
Si era otoño o no a quién le importaba, las hojas tenían que caer igual.
Eran las 3 A.M. Las camareras no entendían qué hacía Marcos atragantándose en whisky, Mariana, una de ellas, vino a pedirme una ronda de tragos para la mesa 5 y de paso me preguntó qué pasaba con Marcos. Le respondí que estaba en algo parecido a una competencia que ponía en juego su vida, ella sonrió y se fue. Hacíamos bromas absurdas todo el tiempo.
Pensé que quizás era su modo cruel de reír en la vida, que tal vez no pretendían hacernos daño. Ya habían pasado casi dos horas cuando Marcos vomitó detrás de la barra y se quedó sentado en el piso con una pierna sobre lo acuoso. -No puedo más- dijo entre arcadas y lo volvió a hacer. -Casi una botella. No está mal. Pero Palacios no llegó y quiero mi plata. -Mirá Palacios es el culpable de todo, nosotros quedamos como encargados hace unas semanas, no tenemos nada que ver con la plata que te debe. -Sabés lo que pasa. -Qué -Que si yo confío en tu palabra vuelvo a cometer el mismo error. -… -A dónde vas. Fui a la cocina, busqué un cuchillo, lo escondí en la cintura debajo de la remera y volví rápido a la barra. Marcos estaba liquidado, durmiendo arriba de su propia porquería. Mariana trataba de levantarlo. Era inútil. Cuando miré hacia donde estaban sentados vi una esperanza, nuestra redención estaba en manos de la preciosa muchacha que sonreía y hablaba con el tipo del Whisky. Después de unos momentos me hizo una seña, me acerqué y me dijo Voy a volver. Y quiero mi plata. Avisale a ese hijo de puta. Salieron y subieron al Mercedes y se fueron. Le conté rápidamente a Mariana lo que había pasado para que tome sus precauciones. Que la gente se fuera o se quedara me daba igual, yo no iba a estar más. Marqué al servicio de taxi e intenté despertar a Marcos. No reaccionaba. Entonces abrí mi mochila y empecé a cargar las botellas de whisky, vodka y ron. También guardé toda la plata de la caja registradora. Levanté a mi amigo y lo saqué por la puerta principal. No era nada de otro mundo ver salir a alguien de ese modo, pero sí al bartender del lugar. Subí al taxi y nos perdimos. Dejé a Marcos en su casa, volví al taxi y fui hasta mi departamento. Llegué, cerré la puerta, giré dos vueltas a la llave, busqué las bebidas, abrí el Ron, encendí un cigarrillo y tomé un trago por mi redentora. Posadas no es una buena ciudad para eclipsarse, pero cada tanto, si no lo hacías, podías perder todo el brillo para siempre.
Al otro día me desperté como a las 11. Estaba en la cama mirando el teléfono, el video de la pareja teniendo sexo en la terraza del edificio terminaba cuando lo que parecía ser la madre de la chica, los encontraba. Había un nuevo comentario de Palacios. Lo último que me llegó de él fue a través de Noticias en línea, dos meses después de esa noche. La información decía que un vecino lo había encontrado muerto en un charco de su propio vómito y sangre. Se había suicidado de un tiro en la cien después de ingerir casi dos botellas de Jonny Walker. Cambié la página hasta la sección de empleos. Ya había vaciado todo mi material y gastado la plata de la caja. La mañana convaleciente se arrastraba por el alma de la ciudad y moría a la puerta de mi departamento, apestaba.



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