lunes, 28 de febrero de 2022

Diciembre del 2017 en la Unidad Correccional de Menores de Misiones (Martín Mazal)

Basado en un hecho real

Se despertó en un lugar poco habitual. Le costó reconocerlo, pero cuando vio las banquetas de metal en las que se había sentado tantas veces para que le vendasen alguna herida o le aplicasen una vacuna, se dio cuenta de que estaba en la salita del Instituto Correccional de Menores Varones. Intentó darse vuelta y seguir soñando, hace años no se acostaba en un lugar tan cómodo como esa rasgada camilla, pero cuando la aguja del suero le dio un tirón en el brazo tuvo que volver a la realidad.
En contra de su voluntad, empezó a recordar por qué estaba ahí. Su última imagen antes de perder el conocimiento era la de sus compañeros de pabellón corriendo de los guardiacárceles que avanzaban y les tiraban con las itacas. Hasta vio que el Cabeza se había tirado al piso junto a él, tomándose la pierna derecha que le sangraba por un perdigonazo. Recordó que había permanecido en el suelo durante todo el motín, perdiendo y recuperando cada tanto el conocimiento, mientras se desangraba a través de los cortes que se había provocado con la cuchara que había robado a alguien del pabellón del fondo.
Antes de la corrida, habían estado todos presionando contra la reja. Gritaban cosas como “Dale loco, ¿no ven que es una emergencia?” “Llamen al doctor ¡Se va a morir!”. Los guardias, del otro lado, hacían mayormente silencio, y una vez cada tanto alguno respondía “que se muera, menos trabajo para nosotros” o “a ver si así les alcanzan las camas”, agitando aún más a los pibes.
La cosa empeoró cuando, de la bronca, a alguien se le ocurrió arrojar por sobre la reja los pedazos de revoque que habían desparramado por el suelo. Pronto toda la gurisada empezó a imitarlo, y empezaron a darle golpecitos a las paredes para sacarle más pedazos. No les fue difícil, el muro estaba tan viejo que no ofrecía resistencia. La cosa no parecía que se iba a calmar, había proyectiles para rato.
El Chiqui, un polaquito flaquito de catorce años constantemente atormentado por los del fondo, permaneció todo el tiempo junto a él. Lo miraba y miraba el quilombo. Se notaba que quería ayudar, pero no sabía qué hacer con sus manos, que le temblaban mientras dudaban donde apoyarse. Miraba la sangre que ya formaba un charco y se ponía pálido, parecían competir por quién se desvanecía primero. Cuando los guardias decidieron entrar a los tiros, cansados de tanto alboroto, recordó que uno de ellos lo empujó fuerte al pibe, que chocó contra la pared para rendirse en el desmayo. Además de la pierna del Cabeza, fue el último recuerdo que tuvo antes de despertarse en la camilla.
Cansado de repasar lo que había ocurrido, se frotó los ojos e inspeccionó la salita. No había señales del personal, probablemente habrían llamado a una enfermera para que venga en dos patadas a ponerle el suero y se fuera de nuevo a su casa. En la puerta lo vio parado a Maidana, uno de los penitenciarios más nuevos que, al juzgar por su cara, no le había hecho ninguna gracia tener que estar de plantón por culpa del pendejo de mierda.
Le preguntó qué día era, para enterarse que había dormido solo un día. Preguntó por el médico, le contestó que no era lunes. Preguntó si alguien se había comunicado con su vieja, le dijo que no. Preguntó si alguien, el juez o la fiscal, se habían enterado de lo que había sucedido, si había avanzado su causa. Si al pedo se había cortado las venas y provocado un motín, básicamente. Si después de 4 años, se dignarían a dictarle sentencia.
Maidana giró la cabeza, para dedicarle desde lo alto una mirada severa –Dejá de joder pibe. Agradecé que estás vivo todavía –le respondió. En la cárcel, si un guardia te mira, es solo para cagarte a palos.

lunes, 21 de febrero de 2022

Mitad de tabla permanente (Fabián H. Medina)

Siempre afuera del podio
Parteneres de la mediocridad
Medalla al mérito a la abulia

Un poco infames
No tan simples
A veces rebuscados

Todos mentimos
Todos robamos
Algunos se rinden
Otros negociamos
Todos fingimos

Danzamos como idiotas
junto a la hoguera de la mediocridad
Mitad de tabla permanente
Herederos de lo infame
Una novela incompleta en Comic Sans

Hacemos que no nos importa
pero somos puro veneno




lunes, 14 de febrero de 2022

Confusión y verano (Belén Laft)


El verano más ardiente de la historia sigue su curso, febrero parece un mes pálido que anhela un viejo carnaval. La ola de calor sofoca cualquier picardía y aletarga los encuentros. Pero la noche parece agradable hoy, un viento salvaje invita a salir a pasear y a jugar a provocar al azar. Un grupo de amigues acuerda encontrarse en el bar de siempre, ubicado en una esquina céntrica de la capital, donde las diferencias de la gente de la ciudad se encuentran en la vereda para brindar y se permiten una tregua como si fuera carnaval. 
Son las 03:45, se acomodan en una mesa de afuera después de bailar y escuchar una banda de funk. Entre tragos que vienen y van, la gente levanta más la voz, algunos llegan, otros se van, y las risas aumentan como el humo en la vereda. 
Gabriel manda audios diciendo que está con sus amigas, y les pide para sacarse una foto mientras las invita al cumpleaños de su amigo Emiliano, con el que estaba hablando, y el mismo con el que Rebeca tuvo un romance, breve e intenso para ella -y al que no podía olvidar- a pesar del tiempo, los cuerpos, las lágrimas y los intentos. Era uno de esos famosos flechazos a primera vista que termina en forzosa despedida. 
Ya habían pasado un par de inviernos pero de alguna u otra manera seguía astillado, molestando, ocupando espacio, sin poder amarlo, odiarlo ni olvidarlo. 
Gabriel lee en voz alta la respuesta de Emiliano, que bromea felicitando a su amigo por estar en buena compañía, haciendo referencia a Juana, a quien por lo visto conocía. Rebeca se tensa y agudiza sus sentidos como un zorro con el objetivo de captar toda la posible información que confirme si Emiliano estuvo con su amiga Juana o si mantienen algún tipo de relación íntima. Al mismo tiempo que Juana se escribe con Luciano, su romance actual, con el que Rebeca había tenido sexo ocasional hace unos años atrás y Juana sabía porque se lo había dicho Rebeca. 
Una angustia oprime a Rebeca, su respiración se vuelve pesada pero dentro de todo, lo maneja con mucha calma. Le pregunta a Juana qué onda con ese chico, si lo conocía o si tenían algún tipo vínculo. Y Juana, que al estar chateando con Luciano, entiende que se refiere a éste. Le contesta con tranquilidad que se ven cada tanto y que pasan juntos varios días, que la pasan muy bien y que disfruta mucho de su compañía, a la que califica como tierna y agradable. A todo esto, Rebeca queda muda y respira por los ojos que de pronto no encuentran punto fijo capaz de librarlos del garrón de mirar a su amiga enamorada del mismo varón que la dejó con el corazón roto, hablando sola en el frío de un invierno, y del cual creía seguir enamorada para peor de todos los males. Sólo atina a decirle que para ella fue el amor de su vida con la voz entrecortada, mientras desliga un trago de gin en su garganta. 
La idea de una vuelta romántica quedó completamente fracturada, más de lo que ya estaba. A Juana también se le desdibuja la cara con esa declaración, desesperada comienza a hacer preguntas: ¿Desde cuándo? ¿Cómo? Rebeca se rehúsa a responder y decide optar por resignarse antes que volver a indignarse como las otras veces donde cruzaba a Emiliano con su novia o con aquella amante que la había botoneado en un tema delicado. No la quería a ella, eso era lo único que quedaba claro, y a estas alturas, ella ya no lo necesitaba.
—Hace un par, ya no importa igual, contesta Rebeca.
—¡A mí sí me importa porque quiero entender!, reacciona Juana. Me siento como la mala de la película que se metió en tu historia sin saber. No sabía boluda.
Gabriel irrumpe en la conversación y trata de convencer a Juana de terminarla.
—No importa eso amiga, no sirve saber cuándo ni dónde… Lo importante es que y ya sabés lo que tenés saber. El tipo se maneja en la noche y ya sabías que esto podría pasar con Rebeca o con cualquiera. Esto es así.
—¡Pero yo quiero saber!, replica Juana.
—No hace falta amiga, contesta Rebeca y se suspenden en un incómodo y breve silencio.
—Me choca, pero ya no siento nada. Es como si algo que para mí era todo en algún momento, ya no lo es, como si lo hubieran extirpado, como un miembro fantasma que todavía siento que está, pero sin cuerpo.
—Yo no puedo creer que esto esté pasando, responde desanimada Juana.
—Pedimos la cuenta chicas y nos vamos, suficiente por hoy, interrumpe Gabriel.
Rebeca sabía que por más triste que fuera tenía que dar cierre a esa historia, había algo más fuerte que la propiedad privada, el egoísmo, la codependencia o todas esas cosas que tanto nombraba su psicóloga. Sabía que lo que sintió no fue un invento, Un amor profundo hasta los huesos y al mismo tiempo tan sublime y frágil como la sensación de sostener por primera vez a un bebé. Sabía que la magia de las miradas existía y que sonreír durante horas después de conocerlo no era algo que pudiera suceder sin que actuara la causalidad, a la que tampoco podía culpar por idealizar en exceso y no saber cómo amar. Después de aquel suceso, había dedicado meses, días y horas para resetear lo que entendía del amor, porque ya no había más lugar para una decepción como fue la anterior, y la anterior a la anterior y así. Llegó a su casa y pensó en la posibilidad de la revancha con Gabriel, “amistad con amistad se paga", pensaba, pero desistió porque estaba muy ebria y esa idea tampoco era la más adecuada al fin de cuentas. Se acostó acongojada, deseando no recordar nada.
Al despertar al otro día, la inminente realidad seguía. Ella sentía que tenía que actuar y enfrentar la situación con su amiga, que también le había dejado varios audios de whatsapp. Juntó el coraje para escucharlos. Sostener la tragedia cuando una persona que querés te cuenta cómo entrega y ofrece su mejor versión a tu ex y cómo viven una película romántica donde ya no sos la protagonista, a pesar de seguir conectada con los personajes, es algo con gusto evitable. La imagen de su amiga y el “ex amor de su vida” enamorados le resultaba inconcebible, un sinsentido que no le dejaba otra opción que sentirse doblemente egoísta y culpable por no soportarlo, sobre todo porque quería a sus exs lejos de su vida cuando la cosa ya no funcionaba.
Sabe que sólo la renuncia absoluta es la medicina para ese malestar. La certeza de la libertad que ella misma anhela como una expresión de su nueva idea de “amor” pero esta vez, le trae una sensación de alivio. Como si hubiera encontrado por fin una pieza que buscaba desde hace mucho tiempo.
Al darle play a los audios de su amiga, Rebeca descubre la confusión de Juana, que también creía que su enamorado tenía una historia con ella, e intentaba digerir su confesión de amor de la noche anterior. Rebeca lanza una carcajada y se da cuenta de lo tonta que pueden llegar a ser por “amor” y del alivio que siente al safar de eso.
—Yo nunca estuve con Emiliano ni pienso hacerlo amiga, es muy romántico y suave para mi gusto. Sólo hay buena onda por una anécdota que quedó del cumpleaños de Gabriel, y en todo caso, me gusta su hermano, contesta en un audio Juana.
—Igual me di cuenta de que ya no estoy enamorada de la misma forma, y ya no me duele tanto. Sólo fue un espasmo, dice en tono alegre Rebeca.
—Lo importante acá amiga, agrega Juana, es que nos dimos cuenta de que tenemos gustos diferentes.



***




lunes, 7 de febrero de 2022

Por Tucumán y Buenos Aires (Matías Espinosa)

La cosa fue así, pasó hace un rato nada más. Veníamos con Nadya de sacar unas fotos por ahí cuando me dice:
–Che, Mati, tengo que sacar plata del cajero para comprar las burguers.
–Oki, mandale.
Llegamos al cajero que está por la Tucumán y Buenos Aires, en la esquina de la seccional nosecuánto. Para la hora que era (22.56) no había un alma en la calle, por ende, no había nadie haciendo fila para usarlo.
La Naducha entra, mete la tarjeta, teclea la clave, consulta, caja de ahorro en pesos, imprimir comprobante, no, 500 pesos, extraer. El aparato en cuestión empieza a hacer girar sus entrañas, brrrrrrrrrrrrrrrrrrr, gira un poquito más, abre grande la boca y... naranja.
–Che, no sale nada –me dice. Yo que la esperaba afuera arrimo la cara por la rendija de la puerta e intento ver desde lejos qué pasaba.
–¿Segura que pusiste para sacar money?        
–Emm, sí, segura.
–Ahí te salió algo en la pantalla, mirá.
Las típicas letras blancas del Banelco decían: "extraer de nuevo?" Así, tal cual, muy poco serio sin la mayus y el signo de interrogación al principio.
–Nah, que voy a sacar de nuevo, seguro me están descansando la plata. ¿Cómo hago para sacar la tarjeta?
Empieza a tocar los botones, uno a uno. Nada. Toca todos hasta llegar al que confirmaba la operación.
–Bueno, ya fue.
Lo aprieta. Ruido de tripas cajerísticas. Se abre la ranura por donde debería salir la plata y esta vez sí pasó algo, empieza a sonar una cumbia a todo trapo.
–Dios, ¿qué pasa?
–Jaja, no tengo ni idea.
Con todo lo que tardamos, afuera ya empezaba a formarse una fila.
–¿Qué hago, Matías?
–Jaja, no tengo ni idea jaja.
–Chicos, ¿van a tardar mucho?
–Señora, no sé que le pasa al cajero. Quería sacar plata y se pone a pasar cumbia.
–No suena tan mal. A ver, dejame pasar, te ayudo –dijo la vieja y entró con nosotros. –No, no sé que le pasa, no anda ningún botón. Andá a buscar a uno de los policías acá al lado - me dice.
–Señora, no creo que sepan cómo arreglar esto.
–Andá te dije.
Mejor hablar con la gorra que bancarla a la vieja. Salgo, ninguno afuera, sin embargo, la cola ya iba hasta mitad de cuadra. Mientras voy caminando en dirección a la puerta de la seccional me para una flaca y me pregunta:
–Che, ¿tu novia va a tardar mucho?
–No tengo ni idea, ¿por?
–Hace quince minutos está frenada la cola, queremos entrar.
Me di vuelta y me fui, cero ganas de explicarle. Llego a la puerta y había un policía sentado. Lo llamo, viene, le explico para qué lo necesito, asiente, llama a otro para que ocupe su lugar, me acompaña, llegamos y desde la puerta dice:
–A ver señorita, déjeme pasar. ¿Probó tocar este botón?
Uno rojo chiquito que estaba arriba del monitor.
–No.
–Bueno, pruebe.
Prueba. La música cambia, una cumbia conocidísima, se hace más fuerte. De la nada la vieja se pone a bailar.
–Marcelo, vení, dale.
Entra el marido, la agarra de la cintura y se ponen a bailar.
–¿Vio? No era tan complicado –dijo el cana y se fue.
–Banca, vení, ¿no ves que no pudo sacar la tarjeta?
Ni bola me dio, simplemente se fue.
–Ay, nena, bailá dale.
–No, señora, déjeme.
–¿Podemos pasar? –dijo la flaca de la fila– Hace veinte minutos estamos acá con mis amigas esperando.
–Sí, pasá –dijo la vieja.
Entraron tres pibas vestidas como para ir al boliche.
–Permiso, permiso. Male, Ale dijo que ya está llegando.
–Bueno, cuando venga decile que pase nomás.
Y casi al instante entra un chabón que era un ropero con patas.
–FAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA, LA LUZ SIGUE PRENDIDA, PERO QUE LINDO VELORIOOOO.
Las cuatro pibas estallaron en carcajadas y las luces se apagaron. No sé cómo pero un juego de luces LED se encendió y se empezaron a enganchar los temas.
–¡Ay, ahí está Ale! –dijo una y saca la cabeza por la rendija de la puerta. Se pone a gritar –¡Ale! ¡Ale! Acá boluda, vení.
La chica entra.
–Che, pero no están tomando nada, bancá me voy a la barra y traigo algo.
Les juro que no sé cómo, pero ahí estaba, una barra adentro del cajero. La piba fue, se pidió un daikiri y volvió a la ronda.
A todo esto, más gente iba entrando y armaba sus ronditas, charlaban, escabiaban, bailaban y se cagaban de risa.
Yo y Nadya nos quedamos mirando perplejos.
–¿Qué hacemos? –me grita al oído
–Y no sé, ¿querés algo de la barra?
–Dios, Matías, quiero mi tarjeta.
–Ahí está, mirá.
Se voltea y ve que estaba lista para sacarla. Se da vuelta, me mira resignada y me dice:
–Ya fue, mejor vamos, ya veo que si saco la tarjeta les corto el mambo.
–Oki, vamos nomás.
Y nos fuimos. Al instante que salimos entró al cajero otro grupito de amigues de unos cuatro o cinco en total. Desde afuera parecía una pecera con tantas luces y caras, una locura.
Seguimos caminando y cada tanto volteábamos a ver cómo iba cayendo gente al baile o como el patova (sí, porque de la nada ya había plantado uno en la puerta) sacaba alguno en pedo.
...
La cuestión es que a Nadya le durmieron 500 pesos y el arroz blanco ya está por estar.