Las gradas de piedra
antigua que se conservaban desde la edad media producían un eco enorme en ese
pequeño túnel por el que caminaban, así distanciados, como si se tratara de dos
desconocidos. Las luces fosforescentes de los faros alumbraban levemente el camino
y se producía una sombra enorme, más grande que ellos mientras su vida se hacía
cada vez más pequeña. Un antagonismo de la vida, del curso del tiempo, cuando
los puntos son suspensivos, pero se sabe que pronto terminarán, su historia
tendría un punto final, del cual ambos escapaban.
Un beso más, un abrazo de
esos fuertes que reparan el alma, pero los brazos del otro ya no eran el hogar
que habían conocido. Todo había cambiado. La disonancia de sus pasos simulaba
el sonido que producen las manecillas del reloj, era el destino que anunciaba
su llegada y ellos esquivaban.
Llegaron a la plaza pequeña
al final del túnel y seguían sin tomarse las manos. Un silencio sepulcral yacía
entre los diálogos que se avecinaban como avalancha. Unos llenos de amor, otros
de odio.
Caminaron hacia el que fue
su hogar, uno pequeño que presenció las mañanas y las noches, las puestas de
sol y el brillo de las estrellas. Cuando se avecinaron a la puerta de entrada
ambos prendieron un cigarrillo, ahogando las palabras que contenían con humo
mientras se miraban fijamente, como si fuera la última vez y quizás lo era.
Ella sabía que al atravesar
la puerta que la vio llegar a altas horas de las noches los fines de semana, se
iba a enfrentar contra la persona que más amó, sin pedir nada a cambio, en una
guerra civil que llevaban prolongando desde hace meses y que contaba con
escasos días de tregua.
Los gritos se desataron
cuando estaban en ese terreno neutral en donde tenían permitido expresar los
sentimientos sin que el mundo los juzgara. Como balas saltaron las palabras que
premeditadamente escogían para causar más daño al otro. Entre confesiones
delirantes y verdades a medias salían las lágrimas de angustia, desesperación,
amor, impotencia.
Al final terminaron
abrazados, curándose mutuamente las heridas sangrantes post-guerra. Como en
todo desastre natural, que el mundo vuelve a la normalidad, terminaban en la
cama, proporcionándose ese amor del que se verían privados en un tiempo que
ellos contemplaban lejano.
Ahora están ambos tranquilos,
la guerra terminó, la paz por fin llegó. Pero el dolor prevalece, como fantasma
se asoma a una pequeña rendija de esos nuevos hogares al cual ya no pertenecen.
Se miran a través de estrellas fugaces, anhelan el reencuentro. Pero la vida
les ha enseñado, que no se trata de hacer sólo lo que quieren, sino lo que
necesitan.
En una citación a la corte
del amor, se propuso la culminación de una vida que construyeron por casi diez
años, ambos aceptaron. Pero en el veredicto se escondían unas letras pequeñas,
como de las prescripciones, que advertía un dolor intenso, de esos que te dejan
estancado en la mitad del living. Y se cumplió, el sufrimiento es el pan de
cada día y el amor no se va.
Como si se tratara de una
enfermedad sin cura, los dos intentan tratamientos alternos que les ayude a
combatir el desamor. Sin éxito se ven tirados en las camas que ya no comparten,
recordando con tristeza los tiempos tranquilos. En la cocina inventando nuevas
recetas, o en la alcoba reescribiendo historias y relatos.
Una por una caen como copos
de nieve, lentamente, las memorias que crearon. Lo que creían infinito caducó
sin previo aviso. Entienden que las memorias que se ven contaminadas con el
rencor que resguardaba el corazón, dentro de una coraza inquebrantable e inaccesible
para el otro, no son verdaderas.
La vida les enseñó una lección, el amor no lo puede todo y ambos esperan que el tiempo sea su salvación.
Interesante Eduardo. Un relato dosificado por rupturas antitéticas, que van hilando el desarrollo de una historia carcomida por luz y sombra, vida y muerte, lo grandioso y nefasto. El fin de los tiempos se siente como una fría mano sobre la memoria de aquellos días felices que ya no llegan a ser nostalgias. Excelente.
ResponderEliminarAldo Samudio.
¡Cuánta nostalgia provoca tu relato! Genial.
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