lunes, 19 de diciembre de 2022

¡Perdido en la ciudad! (Romina Loman)

Qué extraña historia es esta. Me siento como atravesando una región en la que hay zonas diurnas y nocturnas.
Una mañana estaba ahí sentado, en un banco de madera, el brillo del sol me daba justo en la cara, el aire fresco soplaba en dirección al río, un paisaje tan luminoso y colorido, el aroma que desprendían las plantas, todo era tan natural. Y yo ahí, sentado sin saber qué hacer. Aún no encontraba la forma de encarnar mi lineada. De pronto, me puse a recordar esos años de juventud cuando me miraba al espejo y me veía tan solo, no podía encontrarme entre tanta gente.
Casi siempre me preguntaba: ¿Realmente sé quién soy? A veces parecía que nada de eso que me rodeaba era suficiente. Me sentía solo. No encajaba.
Cuando abría los ojos cada mañana, me veía en la gran ciudad caminando por las calles y siendo uno más de ellos; todavía recuerdo esa sensación como si fuera ayer. Dejar mi pueblo fue una decisión difícil.
Recuerdo una de las tantas mañanas de febrero:
–¿Qué es tanto barullo? –me preguntaba con los ojos entreabiertos, recostado en mi cama y un poco desorientado. “PIIII-PIII-PIII” sonaban bocinas; “WIIIUUUU-WIIUU-WIUUU” las sirenas de una ambulancia. No era necesario el “RIN RIN” del despertador cada mañana porque el motor de los autos, el ruido de los urbanos, la gente que va y viene por la calle Salta eran suficientes para no poder conciliar el sueño después de las 5 am. Me asomé a la ventana para ver qué sucedía y ¡Pummm! volví a la realidad. No encuentro a nadie a mí alrededor.
Curiosamente, la calle que pasa frente al edificio amarillo, ya muy deteriorado, conecta al río Paraná. La costa se alcanza a ver a lo lejos y esa imagen perfecta, como si fuera una fotografía bien tomada, logra hacer brotar en mi interior una sensación de tranquilidad como si fuera un escape de toda esta locura.
Me dirijo a un séptimo piso, a la terraza, desde ahí no alcanzo notar a nadie más que el flujo de agua que se pierde en el horizonte. Remotamente todo parecía muy tranquilo. De pronto, la mente me juega una mala pasada. Rápidamente bajo las escaleras. El café está listo. Las noticias hablan de asesinatos, muertes y drogas. ¿Qué hago aquí?, me vuelvo a preguntar.
De repente, mi estado de ánimo cambiaba. Decían mis amigos de la facultad que era la falta de costumbre, la nostalgia de la familia. Y así pasaron los meses, incluso los años y todavía me siento atravesando una región en la que hay zonas diurnas y nocturnas, felicidad y soledad, pero sin entender muchas cosas. El bocinazo de un auto me hizo volver a la realidad y seguía encarnando mi lineada sin poder lograrlo.

Sobre la autora:
Romina Alejandra Loman tiene 24 años y es de Campo Viera, Misiones, lugar donde nació y reside actualmente. Le gusta escribir ficciones partiendo de sus emociones, de lo que siente, vive, etc. Es profesora en Letras, se recibió en la UNAM, en Posadas, Misiones.



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