La cosa fue así, pasó hace un rato nada más. Veníamos con Nadya de sacar unas fotos por ahí cuando me dice:
–Che, Mati, tengo que sacar plata del cajero para comprar las burguers.
–Oki, mandale.
Llegamos al cajero que está por la Tucumán y Buenos Aires, en la esquina de la seccional nosecuánto. Para la hora que era (22.56) no había un alma en la calle, por ende, no había nadie haciendo fila para usarlo.
La Naducha entra, mete la tarjeta, teclea la clave, consulta, caja de ahorro en pesos, imprimir comprobante, no, 500 pesos, extraer. El aparato en cuestión empieza a hacer girar sus entrañas, brrrrrrrrrrrrrrrrrrr, gira un poquito más, abre grande la boca y... naranja.
–Che, no sale nada –me dice. Yo que la esperaba afuera arrimo la cara por la rendija de la puerta e intento ver desde lejos qué pasaba.
–¿Segura que pusiste para sacar money?
–Emm, sí, segura.
–Ahí te salió algo en la pantalla, mirá.
Las típicas letras blancas del Banelco decían: "extraer de nuevo?" Así, tal cual, muy poco serio sin la mayus y el signo de interrogación al principio.
–Nah, que voy a sacar de nuevo, seguro me están descansando la plata. ¿Cómo hago para sacar la tarjeta?
Empieza a tocar los botones, uno a uno. Nada. Toca todos hasta llegar al que confirmaba la operación.
–Bueno, ya fue.
Lo aprieta. Ruido de tripas cajerísticas. Se abre la ranura por donde debería salir la plata y esta vez sí pasó algo, empieza a sonar una cumbia a todo trapo.
–Dios, ¿qué pasa?
–Jaja, no tengo ni idea.
Con todo lo que tardamos, afuera ya empezaba a formarse una fila.
–¿Qué hago, Matías?
–Jaja, no tengo ni idea jaja.
–Chicos, ¿van a tardar mucho?
–Señora, no sé que le pasa al cajero. Quería sacar plata y se pone a pasar cumbia.
–No suena tan mal. A ver, dejame pasar, te ayudo –dijo la vieja y entró con nosotros. –No, no sé que le pasa, no anda ningún botón. Andá a buscar a uno de los policías acá al lado - me dice.
–Señora, no creo que sepan cómo arreglar esto.
–Andá te dije.
Mejor hablar con la gorra que bancarla a la vieja. Salgo, ninguno afuera, sin embargo, la cola ya iba hasta mitad de cuadra. Mientras voy caminando en dirección a la puerta de la seccional me para una flaca y me pregunta:
–Che, ¿tu novia va a tardar mucho?
–No tengo ni idea, ¿por?
–Hace quince minutos está frenada la cola, queremos entrar.
Me di vuelta y me fui, cero ganas de explicarle. Llego a la puerta y había un policía sentado. Lo llamo, viene, le explico para qué lo necesito, asiente, llama a otro para que ocupe su lugar, me acompaña, llegamos y desde la puerta dice:
–A ver señorita, déjeme pasar. ¿Probó tocar este botón?
Uno rojo chiquito que estaba arriba del monitor.
–No.
–Bueno, pruebe.
Prueba. La música cambia, una cumbia conocidísima, se hace más fuerte. De la nada la vieja se pone a bailar.
–Marcelo, vení, dale.
Entra el marido, la agarra de la cintura y se ponen a bailar.
–¿Vio? No era tan complicado –dijo el cana y se fue.
–Banca, vení, ¿no ves que no pudo sacar la tarjeta?
Ni bola me dio, simplemente se fue.
–Ay, nena, bailá dale.
–No, señora, déjeme.
–¿Podemos pasar? –dijo la flaca de la fila– Hace veinte minutos estamos acá con mis amigas esperando.
–Sí, pasá –dijo la vieja.
Entraron tres pibas vestidas como para ir al boliche.
–Permiso, permiso. Male, Ale dijo que ya está llegando.
–Bueno, cuando venga decile que pase nomás.
Y casi al instante entra un chabón que era un ropero con patas.
–FAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA, LA LUZ SIGUE PRENDIDA, PERO QUE LINDO VELORIOOOO.
Las cuatro pibas estallaron en carcajadas y las luces se apagaron. No sé cómo pero un juego de luces LED se encendió y se empezaron a enganchar los temas.
–¡Ay, ahí está Ale! –dijo una y saca la cabeza por la rendija de la puerta. Se pone a gritar –¡Ale! ¡Ale! Acá boluda, vení.
La chica entra.
–Che, pero no están tomando nada, bancá me voy a la barra y traigo algo.
Les juro que no sé cómo, pero ahí estaba, una barra adentro del cajero. La piba fue, se pidió un daikiri y volvió a la ronda.
A todo esto, más gente iba entrando y armaba sus ronditas, charlaban, escabiaban, bailaban y se cagaban de risa.
Yo y Nadya nos quedamos mirando perplejos.
–¿Qué hacemos? –me grita al oído
–Y no sé, ¿querés algo de la barra?
–Dios, Matías, quiero mi tarjeta.
–Ahí está, mirá.
Se voltea y ve que estaba lista para sacarla. Se da vuelta, me mira resignada y me dice:
–Ya fue, mejor vamos, ya veo que si saco la tarjeta les corto el mambo.
–Oki, vamos nomás.
Y nos fuimos. Al instante que salimos entró al cajero otro grupito de amigues de unos cuatro o cinco en total. Desde afuera parecía una pecera con tantas luces y caras, una locura.
Seguimos caminando y cada tanto volteábamos a ver cómo iba cayendo gente al baile o como el patova (sí, porque de la nada ya había plantado uno en la puerta) sacaba alguno en pedo.
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