Se sabe que el vínculo es lo que une, ata o relaciona a las personas o cosas. Dentro del contexto terapéutico, paciente y acompañante se unen o relacionan con la misión de evitar la cristalización de sus comportamientos desajustados a las normas sociales y llevar a cabo el tratamiento. Momentos cruciales donde el bagaje de emociones incurre en forma dual de acompañante-acompañado, como la negativa de no ser acompañado por parte del acompañado/paciente y la contratransferencia negativa por parte del acompañante (donde se genere un rechazo o conmueva). Se comienza entonces con la búsqueda de nuevos dispositivos como tratamientos (medicación, AT, psicoterapias) siempre considerando la posibilidad o amenaza de solicitar la institucionalización del sujeto si no da una respuesta positiva frente a estas, “que mejor manera de retomar a Foucault y pensar en términos de Vigilar y Castigar en cuanto a la negativa del tratamiento o falla", si no resultan efectivos los métodos de disciplinamiento utilizados “¡lo internamos!".
La internación o último recurso que muchas veces se camufla bajo términos terapéuticos en realidad genera su situación de exclusión.
Dentro del contexto familiar y social, lo insoportable de que el acompañado/paciente no demuestre un comportamiento disciplinado promueve la idea de institucionalizarlo, no como una medida terapéutica sino como una medida de control social, la cual consiste en que siga un patrón de conductas y normas para su posterior incorporación de habilidades, que servirán para que circule socialmente.
Pretendiendo muchas veces “normalizar” a la persona se va perdiendo la subjetividad y expresión del sujeto. Ese acompañado/paciente también es una persona, no solamente un sujeto al cual controlar mediante medicación y medidas disciplinares. Puede desarrollar tales habilidades sociales en el contexto de proyectos compartidos, como, por ejemplo, entrar a la estudiantina o dictar un seminario de teatro; todo esto y más desde la cotidianeidad del paciente y con apoyo de un buen equipo tratante en el transcurrir diario y ambulatorio donde lo terapéutico cobra realmente sentido rehabilitador.
Para dar cuenta de los beneficios del trabajo del AT bajo la modalidad ambulatoria, y como alternativa a la institucionalización, se narrarán dos casos: Pablo y Víctor.
Pablo presentaba retraso mental leve, tenía 17 años cuando estaba cursando los últimos años del secundario. Entre los varios objetivos propuestos por el profesional, uno de ellos era la tolerancia a la frustración. A Pablo lo habían cambiado de colegio debido al trato que recibía de sus compañeros del secundario. En ese primer momento, con la familia comentaron que lo internarían debido al comportamiento que presentaba en el hogar: planteaban que robaba dinero en la casa para llevar al colegio y tratar de impresionar a los compañeros, además de los mensajes por chat que enviaba a las femeninas de su lista de contactos de Facebook y WhatsApp.
Pablo no salía de su hogar, la interacción social era nula, además de las habilidades sociales que ponía en juego frente a terceros. Con el trascurrir de unos meses pudo afianzarse un vínculo con P y comenzaron a presentarse situaciones cotidianas en donde el dispositivo ambulatorio pudo ir trasformando sus desempeños, alcanzando habilidades como aprender a tomar un colectivo, reconocer los recorridos, abonar el pasaje, hasta solicitar un turno para alguna consulta profesional interactuando frente a terceros; cambios que con el tiempo dieron paso a su deseo de ingresar al festejo estudiantil y recursos para participar de “La Estudiantina”. Todo esto fue posible en el trabajo diario y constante. Pablo comprendió, por medio de charlas, que para interactuar con sus compañeras no era una opción válida reenviar el mismo mensaje hasta colmarse agotador y acosador, si no que debía mantener respeto frente a los terceros. Empezó a reconocer sus beneficios al poseer el CUD (Certificado Único de Discapacidad) e incluso tomó ese recurso para interactuar invitando a una amiga al cine, diciendo que, si iba con él, entraba gratis. Este modelo ambulatorio transformó a Pablo hasta su ingreso a una carrera universitaria
Por otro lado, el caso Víctor, acompañado de 28 años con diagnóstico de Esquizofrenia y consumos problemáticos, transcurrió durante la post internación. Se plantea la siguiente experiencia donde el tratamiento se llevaría a cabo en su domicilio, en donde se presentaba su recuperación en aspectos cotidianos y reinserción laboral y social dentro de un espacio de trabajo familiar. Con el transcurrir de los encuentros e implementación del vínculo, se pudieron proponer espacios en donde esas ansiedades que afloraban las canalizaba en actividades que solían ser de disfrute, como el teatro, o actividades físicas, como la capoeira y la culminación de la idea de sus escritos en un mini libro, en el que plasmó sentimientos y poesías que con terceridad expresaban situaciones cotidianas de su vida.
Desde la modalidad ambulatoria se presentan condiciones más favorables para el suceder de los encuentros entre el acompañado y el acompañante y la constitución de un vínculo posibilitador, que, al fin y al cabo, también promoverá el moldeamiento del sujeto, pero ya no desde su control o vigilancia sino desde el surgimiento de su propio deseo por formar parte de un circuito social más amplio a partir del sostén de su vínculo con su AT.
Sobre el autor:
Iván Vilte, nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En la actualidad, tiene 29 años y vive en la ciudad de Posadas, Misiones.
Es acompañante terapéutico, especializado en el área de Patologías Graves. Además, se encuentra estudiando la Licenciatura en Filosofía y especializándose en Coordinación y Supervisión de Acompañamiento Terapéutico.
Entre sus lecturas preferidas se encuentran los libros de terror, en especial los de Lovecraft y Stephen King. También gusta de la lectura sobre filosofía aristotélica y las teorías de Foucault.
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