lunes, 18 de enero de 2021

Intentos (Belén Lafuente)

Lorena camina temblando hacia la puerta de su departamento. Tiene los cabellos largos y con algunas canas, pegados a la frente. El sudor frío invade su rostro hasta la punta de los pies. Son las 02:30 am, los perros no paran de ladrar y ella sólo escucha el palpitar acelerado de un corazón a punto de explotar, que la deja sin aire. Busca la llave, sacudiendo la cartera con fuerza rabiosa, sin dejar de mirar a los costados poco luminosos de su barrio. Abre la puerta, el silencio del cuarto oscuro le resulta aún más aterrador. Busca las luces, sus dedos siguen temblando, no las encuentra, desiste y cae despacio en cuclillas intentando recostarse contra la pared. Rompe en llanto y se cubre el rostro mordiendo el borde de la cartera apretada en su regazo. Media hora más tarde decide volver a intentarlo, esta vez en serio. Pero antes de buscar calmarse, ya que sabía que sería doloroso y que lastimaría a algunas personas, necesita planificarlo mejor. El acto debía ser lo menos desgarrador posible para sus seres queridos. Tampoco quería desmembrarse desde un octavo piso ni aparecer bañada en sangre como en el cliché de las películas. A pesar de detestar su cuerpo, no le agrada la idea de que termine de esa manera. Pero el río, ese Paraná turbio y profundo que embruja hasta al pirata más perverso con su luna llena, ofrece un atractivo aterrador e irresistible. Diluirse, piensa, mientras, en un suspiro, sirve el resto de vino tinto que quedó en la heladera en esa pequeña copa, tan llena de recuerdos, y que fue de su madre. 

Se sienta a escribir las cartas de despedida, una por una, escribe, una Lorena muy distinta al relato que muchos narraban sobre ella. Sabía que sus rasgos indígenas no se irían, ni pasarían desapercibidos en aquel mundo de blancos burgueses que sólo buscaban domesticarla, esclavizarla o someterla. Todo se sentía ya de la misma manera en aquel cuerpo esbelto, moreno y cansado de resistir. Siempre parecía el fin de los tiempos, y el comienzo de uno, en el que el placer o el amor se asomaban, y se volvían a esconder. Su belleza deslumbra, tanto como su carácter ahuyenta. No estaba dispuesta a volver a negociar su libertad, y el dolor no puede sostenerse para siempre en los vértices extremos del sexo, las amistades superficiales, las dobles intenciones y el alcohol. No quería dejar de vivir, pero tampoco sabía cómo hacerlo con aquella mochila de dolores. 

En sus cartas expresaba sus más profundos anhelos de niña, dejaba listas canciones de los ‘90, reseñas de libros, frases de películas, múltiples poemas, haikus bilingües, consejos útiles para tolerar la desilusión para sus sobrinxs, recetas culinarias autodidactas, instrucciones para el cuidado de su huerta y algunos ensayos sobre feminismo. Ordena, con dulce diligencia, que cuiden de sus perros y gatos y que no dejen de regar sus plantas. Pero, con mayor énfasis, solicita donar las pertenencias que había conseguido con esfuerzo, trabajando desde que llegó a la capital a los 16 años. Todo lo que fuera posible recaudar debería ir con destino al hogar de niñxs al que iba en sus horas libres a divertirse y sentirse humana. Allí nadie se molestaba por sus maneras ni la subestimaban, al contrario, el tiempo se detenía jugando y ayudando con las tareas de la casa, disfrutando de aquella fugaz sensación de familia. 

Le llevó horas y muchas lágrimas escribir sobre la belleza que comenzaba a percibir en ciertos momentos, en los colores del amanecer, en la brisa que acaricia su rostro después de la intensidad de una tormenta tropical. La gracia en el canto de los pájaros del patio cuando la pandemia permite escucharlos, el movimiento de las hojas con el viento, la intensidad del fuego que se aviva con cada nueva canción de un fogón, acogida entre gente agradable, el ronroneo del gato en su rostro al despertar, el último blues de la noche, el cosquilleo solemne de los abrazos cálidos de aquellas nuevas amistades, personajes auténticos, interesantes y de corazón noble. En la risa de los niñxs, aún inocentes, que tampoco querían renunciar a los juegos, la alegría de vivir explorando, las canciones de atardecer, la magia de los cuentos y menos, al arrullo matutino de un desayuno caliente. 

“Quizás el problema mayor es su mundo, quizás son ustedes, no nosotrxs”, escupe en una nota al pie en mayúscula. 

El sudor aterrador se volvía gotas de ternura y alivio en el vaivén del reloj antiguo heredado que cuelga en la pared de la sala. El mundo que termina se retuerce como fiera herida cuando la noche llega a su punto máximo de oscuridad y parece dejar entrever un orificio pequeño y luminoso, de otros mundos desconocidos que invitan al asombro. Mientras, escribía las anécdotas compartidas en algún pasado lejano y no tan lejano, recordando a cada destinatario todo lo que había amado en ellxs; y que llevaría como tesoro intocable, quizás en algo que no sea tan doloroso como un cuerpo.


Sobre la autora:
Belén Lafuente reside en la ciudad de Posadas, su ciudad natal. Su crianza transcurrió en Paraguay. Estudió Antropología Social, danza teatro, música, danza contemporánea, actuación, producción y gestión cultural. Participó de talleres de escritura con Sergio Alvez y Carla Curti. Coordinó junto a la lingüista Estefanía Baranger el primer Laboratorio Experimental de Lengua y Cultura Guaraní. Actualmente se dedica como auxiliar de investigación en dos proyectos de la Secretaría de Posgrado de la Facultad de Humanidades (UnaM) y en el área de proyectos culturales en la Fundación Prosperitá. 

Indaga desde una narrativa poética transfronteriza otros estereotipos que reflejan los contrastes propios de esa hibridez, con sus encuentros y desencantos. Admiradora de escritoras como Zadie Smith, Gloria Anzaldúa, Samanta Schweblin y Selva Almada. Se propone publicar su primer libro en este año. 


Redes:
IG @amazonicabel 

Blog: www.floresdecicuta.com (en reconfiguración)




4 comentarios:

  1. Las facciones de la memoria, que a la hora de enfrentar a la muerte, se encuentra con tanta vida. Dar muerte a una persona que es la clase que la sociedad necesita para ser mejor, termina por empujar al abismo al ser cargado de dolor y desprecio. El relato deja llevar al lector como una hoja en las aguas de ese río mágico que mencionas en tu cuento. Bravo Belen.
    Comentario: Aldo Samudio.

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  2. Hay un ritmo que atrapa por que seduce desde el inicio hasta el final de tu relato. La sensibilidad por un lado como la inteligencia de la voz que narra deja huellas en el receptor. Celebro leer tu relato. Te celebro!!

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