lunes, 13 de junio de 2022

Valentín (Santiago Raasch)

El Valentín comienza todos sus días convencido de que esa es la única solución a tanto dolor. Apenas despierta, un lamento viene a su mente ‘¿Por qué yo soy yo?’ Deberá actuar como fingidor y así nuevamente empezar el trabajo de autoconvencimiento para seguir librando una lucha contra esa certeza que lleva adherida a su alma. Esa tarde deberá convencer al psicólogo de que todo va bien, quizá hasta podría convencerse a sí mismo. En realidad, él sabe que los intentos de engañarse siempre resultan frustrados; todo lo que conseguiría sería construir figuraciones circunstanciales y provisorias de un yo en permanente descomposición.
Ese yo fingidor viene estando tan cansado que le resulta difícil buscar nuevos personajes para habitar. Aquellos armazones, construcciones y deformaciones de sí mismo hechas para sobrevivir un día más, o tal vez un par de años más, son fugaces ilusiones de plástico germinadas en la liquidez de las redes sociales. La idea del autoconocimiento propuesta por el Roberto, su psicólogo, lo asusta porque tiene miedo de encontrarse con algo extraño. Quizá sí existan las esencias y, entre palabras y más palabras, podría llegar a encontrarse con un monstruo.
Los últimos años viene tejiendo citas, intentando armar un yo significante, pero la fragmentación en tantos personajes genera intersticios de saudade y dolor. De repente, en una especie de metaficción, se ve a sí mismo al borde de las fisuras entre sus personalidades, como si fuese otro actor más (bien chiquitito) analizando su gran monstruo de Frankenstein, pero, sin embargo, paralizado por el vértigo. Una de las fisuras toma otra dimensión y se transforma en un gran precipicio y ese Valentincito se apega lo máximo posible al muro de miedos irracionales que tiene detrás.
–Pero, Valen, vos siempre culpás al mundo, dando a entender que te hicieron monstruo ¿A ese monstruo lo hizo el mundo o lo hacés vos mismo? –dice el psicólogo.
Se quedó en silencio. ¿Cómo se lo explica? ¿Valdría la pena explicárselo? Quizá el “no sé” que balbuceó era un intento inconsciente de no pensar en la existencia de otra hendidura más en su vida, en otra zona gris o interfaz. No quería pensar en clave de dialéctica entre monstruo y monstruosidades o, de nuevo, volver a esa idea de una retroalimentación interminable de repeticiones incontrolables de dolor y saudade de un yo encontrado una y mil veces en otros.
De alguna manera, él sabía que no moriría a causa de una enfermedad física y que tampoco llegaría a viejo. Existían muros sí, él moriría delante de ellos, pero no eran los muros de Troya. La memoria de su muerte prematura (¡tan joven y bello!) se esfumaría así como desaparecen las historias de Instagram. La lucha librada entre esos muros hizo a los últimos diez años una eternidad para el Valen, una batalla dentro de sí y, por momentos, contra sí mismo. Un bucle propulsor de una pesadilla sin inicio ni fin ni medio.
La batalla era, tomaba cuerpo, respiraba y se alimentaba del dolor. El Valen solo podía resistir un poco más. Esa cosa impregnada a su ser se regocijaba en la misma tortura de dejarlo sin aire constantemente, de sostenerlo solito en un mar de nada con horizonte de azul vacío. El mar infinito visto desde la canoa imaginaria era su Círculo personal, allí se proyectaban reiteradas veces fantasmas de su pasado, todos esos “no puedo” de presente insoportable y desastres improbables de futuro inexistente. ¿Quién arma este mundo posible? Si él era el dios supremo de esa realidad, ¿estaría construida a su imagen y semejanza?
¿Eso era él entonces? Él no sabía si allí radicaba definitivamente su esencia, si lo trascendente era en suma ese dolor que perduraba más de lo soportable. Él opta por dejarse envolver en otras figuraciones una vez más, por renovadas metáforas para que su cuerpo siga haciendo semiosis. ¿Será infinita? No tan convencido de qué tropo encarnar, pero seguro de que es la única manera de seguir existiendo: redescribirse en un nuevo río metafórico. Se pone a escribir al borde de un barranco frente al arroyo Torto, apoyado en las rocas y con la computadora en el regazo comienza a fingir la dor: Había una vez un gurí llamado Santiago…

Sobre el autor:
Santiago Raasch tiene 25 años, nació y vive actualmente en el pueblo de 25 de Mayo del interior de la provincia de Misiones.
Su vínculo con lo literario se da principalmente al realizar las carreras de Letras en la ciudad de Posadas. En este ambiente, siente gran afinidad por la escritura de Fernando Pessoa.
En sus escritos se destaca la impronta de los cruces idiomáticos con el portugués y el carácter autobiográfico de esas pequeñas ficciones.
 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.