¿Sabés cómo caminan las personas rotas?
Para empezar, caminan lento. Imaginalas caminando con pausa, la pausa de quien carga un vacío que lo corta de flanco a flanco, o de norte a sur.
Evitan los ruidos, los tumultos, los colectivos y bocinas, las salidas de los colegios y de las fiestas. Tienen tal barullo adentro que buscan el silencio en todas sus formas. El de la siesta, del río contra la orilla, de la lluvia en el asfalto caliente.
Debés haber visto miles. Las personas rotas andan por todas partes. Acarrean huecos más grandes, más chicos. Partidos de arriba para abajo, de un costado, o con huecos tan grandes que sólo se les ven los contornos.
Pero siempre caminan. A paso lento por los bordes, por los silencios, por abajo del techito en la vereda. Como vos, como cualquiera, esquivan las baldosas sueltas y las cacas de perro, esperan alguna que otra vez el semáforo y sueltan con naturalidad el saludo protocolar “adiós…” cuando se cruzan a un conocido lejano.
Sólo que todo, todo, lo hacen con los pies levemente elevados sobre el suelo.
Las personas rotas sanan por los ojos.
Cuando miran para arriba, les entra la luz cálida, llena de historias, que sale de las ventanas. Las paredes les hablan. La ciudad les esconde árboles, gallos, tigres, caras y causas que gritan en silencio.
Las palabras, ficciones y poemas se atan unos a otros como hilos, les penetran la piel una y otra vez. Punto a punto les van cosiendo un lado con el otro, hasta que el surco se cierra.
Ahora ya sabés. Podés verlas, o serlas, cuando el mundo frena, y todos los pájaros vuelven a sus nidos.
Sobre la autora:
Magdalena Irrazábal tiene 30 años, nació en Posadas, Misiones un 19 de junio.
Cuando tenía unos 8 años leyó Moby Dick, su primer libro, y desde ahí no pudo parar. Nadie le había contado que su repisa estaba llena de ventanas a vidas increíbles para escaparse a jugar. Desde entonces hizo decenas de amigos: lloró con Mario Benedetti y Laura Alcoba, se transformó con Herman Hesse, voló con JK Rowling y Cornelia Funke, y hoy está particularmente obsesionada con sus viajes de la mano de María Nsue y Chimamanda Ngozi Adichie.
Incluso antes de Moby Dick ya escribía, con mucha fiaca pero igual persistencia, en sus cuadernos, que fueron creciendo con ella y convirtiéndose en tomos de autobiografía que nadie lee. Escribir la ayuda a pensar. La primera vez que escribió para alguien más fue en el taller de Carla Curti, “Jugar el Texto”, donde además se encontró con otrxs escritorxs que embellecieron su año pandémico.
Actualmente, como a los 8, la literatura sigue siendo la compañía constante que se lleva en su mochila a todos lados. Instagram: @magirrazabal
Maravilloso, felicitaciones, muy bueno!
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