“Primero vinieron por los comunistas,
y yo no dije nada porque no era comunista.
Luego vinieron por los sindicalistas,
yo no dije nada porque no era sindicalista.
Luego vinieron por los judíos,
otra vez no dije nada porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
ya no quedaba nadie que pudiera por mí”
Martin Niemöller
(Por Martín Mazal) Cuando la escritora canadiense Margaret Atwood escribió El Cuento de la Criada, el terrorismo islámico se encontraba a décadas de la agenda mediática y política. Publicada en 1985, el libro se transformaría en una obra obligatoria para los amantes del género distópico. Así como Orwell lo había hecho con el fascismo en “1984”, Huxley con el modernismo racional en “Un Mundo Feliz” y Burgess con el conductismo en “La Naranja Mecánica”, la autora imaginaría los resultados futuros del patriarcado y del fanatismo teológico.
La historia transcurre en un país ficticio llamado Gilead, mismo nombre que el monte donde se presentó Dios ante el suegro de Jacob para que dejara de perseguirlo. El país en cuestión es gobernado por fanáticos teócratas que, tras asesinar al presidente constitucional y atribuir el ataque al terrorismo islámico, se hicieron del poder para instaurar una dictadura bajo la palabra del nuevo testamento, terminando con la libertad de prensa, suprimiendo derechos sociales e instaurando un permanente estado de sitio para las poblaciones marginales.
A través de la voz de una criada, vemos particularmente cómo esta vida denigra y deshumaniza particularmente a las mujeres, que se encuentran divididas en distintas clases dependiendo de la función que cumplen para los hombres de clase alta. Las criadas, por ejemplo, son las encargadas de quedar embarazadas y son violadas una vez al mes por sus señores. Las esposas son mujeres de clase alta que están casadas y tienen el deber de gestionar el hogar para beneplácito de sus maridos. Por tener cierto poder por sobre el resto de las mujeres, tienen un aire de superioridad y sirven como trinchera de defensa y lavado de manos del orden establecido. Las Marthas son las mujeres adultas e infértiles que deben servir sólo como amas de casa en los hogares ricos, por último, están las hijas que no tienen ningún rol especial pero están destinadas a ser esposas.
La protagonista (llamada DeFred en referencia a su dueño Fred) cuenta la historia oralmente a través de casettes encontrados y recopilados por el profesor Piexoto, mucho después de la caída de la dictadura, para su exposición en el 12vo Simposio de Estudios Gileadianos. En su narración, DeFred rememora los tiempos anteriores al golpe, tan sólo cinco años atrás, cuando aún gozaba de todos los derechos de una mujer occidental, como si de un sueño se tratase.
Esta una diferencia clave con respecto a otras obras distópicas, en las que los totalitarismos parecen tener décadas o hasta siglos de existencia, fortaleciéndose aún más en vista de que nadie queda para recordar las libertades que se prohíben. Recuerdo que la primera vez que lo leí, allá por la adolescencia, este recurso me pareció inverosímil. Me parecía poco creíble que un estado de derecho, tan parecido al que vivimos hoy en nuestro contexto, pudiese transformarse en un escenario tan apocalíptico en tan solo cinco años, en el que la dignidad de mis hermanas fuese tan naturalmente decidida y sometida a la voluntad de hombres cuyo único trabajo es esperar mi descuido para usarme de ejemplo y colgarme en el muro.
Jeanine Áñez proclamando a los cuatro evangelios como el rumbo del golpe de estado en Bolivia
No fue hasta que vi Persépolis que comprendí lo cerca que nos encontramos de cualquier distopía. En la novela gráfica, adaptada a película en el 2007, Marjane Satrapi cuenta su vida desde que era una niña en Teherán hasta su partida definitiva del país en 1994, siendo testigo de la revolución islámica iraní que, en detrimento de las facciones marxistas, terminan instaurando el estado islámico.
Si bien la historia transcurre a través de 16 años, es la naturalidad con la que el entorno de la protagonista va modificándose la que contrarresta el sentido de otredad romántica con la que generalmente consumimos las historias de padecimientos foráneos. Hija de progresistas laicos en Irán, la niñez de Marjane es similar a la nuestra, con bicicletas, travesuras y curiosidad hacia la forma en que se maneja la sociedad. Esto nos hace empatizar y sentir más efectivamente cuando la obligan a usar el velo, la reprenden por discutir en clase, la hostigan por andar de la mano con el novio o la persiguen por hacer una fiesta.
“Madre, hija y muñeca”, obra de Boushra Almutawakel, una fotógrafa yemení
No en vano, en el 12vo simposio de Estudios Gileadianos, el profesor Piexoto utiliza a Irán para explicar la dictadura de Gilead. Más aún, Atwood ha declarado en varias entrevistas que además se había inspirado en procesos totalitarios más recientes que, así como en el libro, no se necesitó mucho tiempo para completarse, como la última dictadura argentina o la Alemania Nazi, que ya estaban torturando gente desde el año uno bajo el silencio cómplice.
Para la construcción de Gilead, sólo se necesitó una amenaza externa representada por el fanatismo Islam. En este sentido, El Cuento de la Criada adquiere un sentido premonitorio después de que los sucesos del 11 de septiembre del 2001 se usaran para justificar la Ley Patriota y el intervencionismo como política exterior durante las siguientes dos décadas.
Unas de las inspiraciones para escribir El Cuento de la Criada fue el rapto de bebés durante la última dictadura militar argentina
Después de retirarse las tropas norteamericanas y retomar los talibanes el poder de Afganistán, se difundieron por las viarias películas mediorientales que reflejan el sufrimiento de los niños y las mujeres por el fanatismo Islam. Releer El Cuento de la Criada en este contexto, tal vez nos haga recordar que hace sólo tres años, después de un exitoso golpe de estado contra Evo Morales, Jeanine Áñez entró al Palacio de Gobierno boliviano alzando en alto los cuatro evangelios, que la Iglesia Universal justificó el impeachment a Dilma en Brasil y sirve como medio de base y adoctrinamiento en el gobierno de Jair Bolsonaro.
Para recordar también que las facciones más conservadoras de la iglesia evangélica, aquella que se interpone a la Educación Sexual Integral, a los derechos de las mujeres, la muerte digna, la inseminación asistida y, a veces, hasta las vacunas, vienen ganando adeptos en Argentina, alcanzando un treinta por ciento en la población en el NEA, y que el propio Trump en Estados Unidos era asesorado por conservadores religiosos. Hoy, más que nunca, es bueno recordar la forma en que Atwood imaginó la creación de su mundo totalitario, para darnos cuenta de que, del lado occidental y cristiano del mapa, no somos tan distintos ni estamos tan lejos de caer en una distopía como a veces pensamos.
Pérsepolis: https://www.youtube.com/watch?v=jjK3ZaQXSkE
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